Buscar este blog

domingo, 26 de enero de 2020

MATAMBRE ATROPELLADO. (Perdón, arrollado)

A mí me gusta ver programas de cocina, cuando el horario me lo permite. Durante mucho tiempo, he visto a Karlos Arguiñano, sin ir más lejos. Tan gracioso y tan limpito él. Con todos sus ingredientes  preparaditos en cuencos, en ese pedazo de cocina tan maravillosa (que él no tiene que limpiar). Siempre se me despiertan las ganas de cocinar viendo el programa. Los cuchillos cortan de maravilla y van como la seda. No hay salpicaduras, ni accidentes de ningún tipo. Y si hay alguna, saca un precioso e impoluto paño de cocina y lo limpia con todo primor. Qué gusto de hombre, por Dios. Lo comparo con mi propia técnica culinaria, que podríamos llamar "a brazo partido". Abro la nevera para sacar los ingredientes. Dado el tamaño de la misma, más o menos tengo que usar el tom-tom. Me saltan a la cara dos tomates pochos; esta semana no he revisado los estantes (¿lo hice la anterior?) Luego vienen los condimentos. Aclaro que ahora me he convertido al nuevo credo del orden y lo tengo todo localizable. Pero, normalmente, si tenía una sartén al fuego con lo que fuera y tenía que poner, por ejemplo, romero, abría las puertas del armario y encontraba:
1) Dieciocho botes de tomillo, del Mercadona. Todos abiertos.
2) Siete sobres de salsa de soja de la que viene con el sushi.
3) Nueve botes de pimentón. Cuatro de ellos con el contenido reducido a una piedra.
4) Tres tarros de cristal con "¿qué demonios era esto?", especia muy utilizada en mi cocina. Sorpresa, sorpresa...
5) Un tarro enorme con doscientos gramos de cardamomo en grano (me pregunto para qué lo compré) Y, finalmente,
6) una mísera pizca de romero en el fondo de un tarro que era de comino molido. No me preguntéis por qué.
En ese momento, descubro que, mientras buscaba, lo del fuego se me está achicharrando. Ay. Señor.  Corro a ponerlo al mínimo, la bolsa de basura donde echo las mondas se me ha volcado, piso una piel de berenjena y hago un pase de patinaje artístico hasta la puerta del salón, donde aterrizo mientras mi santo levanta la vista de su sudoku y me observa, perplejo.
-¿Qué haces?
-Me he "caído" ¿Vale?
-Ah. Creí que estabas cocinando.
A ver, os retrato un caso extremo. Pero cuando una vive apagando fuegos, y pensando en lo que tiene que hacer a continuación, es bastante habitual una o varias de estas circunstancias. Y no os creáis, que normalmente me salen las cosas buenas. Pero la cocina debería ser siempre, y a veces incluso lo es para mí, un espacio de relax, donde disfrutar preparando las cosas. De hecho, me gusta cocinar, incluso cuando convierto la cocina en un circo de tres pistas.
Esta receta que pongo hoy es un ejemplo bastante adecuado de la técnica "a brazo partido" practicada en esta vuestra casa. Pero no me cabe la menor duda de que vosotros la podréis hacer sin temor, porque seguro que sois pacientes y cuidadosos. Ahí la tenéis. A ver si hay narices.
Ingredientes:
-Un matambre de kilo y medio a dos kilos, limpio de grasa. Es igual que la falda de ternera.
-200 gramos de tiras de bacon. Yo puse jamón serrano.
-Dos latas de pimientos del piquillo.
-Una bolsa de espinacas grande.
-Dos o tres dientes de ajo.
-Cuatro huevos duros.
-Una cucharadita de pimentón.
-Una de ají picante (también se puede poner el pimentón picante)
-Una de pimienta negra.
-Una de perejil picado.
-Una de orégano.
-Una par de hojas de laurel.
-Sal
-Aceite de oliva
-Hilo o malla para atar el matambre (ésta es la parte de hartarse de reír)
-Paciencia. Infinita paciencia.
 En una sartén, salteamos las espinacas con un poco de aceite de oliva y el ajo picado. Reservamos y dejamos enfriar. Extendemos el matambre y lo aderezamos con un espolvoreo de sal y todas las hierbas y especias, menos el laurel. Ponemos las tiras de jamón por toda la superficie. Por encima, ponemos las espinacas. Por encima, el pimiento del piquillo, sean en tiras o enteros. En la parte de en medio, ponemos los huevos duros en fila. No os preocupéis del orden, ni de ponerlo mejor o peor. Porque ahora viene la parte divertida. Esa en la que enrollas el conjunto, bien apretadito. En las recetas sólo dicen, con notable prudencia, "procurando que no se salga el relleno". Bueno, pues no es que una sea torpe (que lo es). Es que el relleno se sale por todas partes. Y como suele tener humedad, al menos las espinacas y los pimientos del piquillo, por mucho que los escurras, se te mojan las manos y te dificulta el manipulado. Sigues enrollando, metiendo por los extremos todo lo que se sale, mientras profieres unas cuantas ordinarieces. Luego tienes dos opciones: malla o hilo de cocina. Yo lo he hecho de las dos maneras en diversos momentos. Porque sí, lo he vuelto a repetir. Cuando se me ha olvidado. Si lo haces con la malla, te acuerdas muchísimo de ese vestidito de hace un par de años que has intentado ponerte después del invierno. Quizás te cierre, pero por una implacable ley de la física, todo lo que no cabe sale por arriba o por abajo. Y cuanto más aprietas, más se sale, dejémoslo ahí. Además, recuerda que tienes las manos húmedas de meter el relleno hacia adentro. Vas avanzando, centímetro a centímetro. Empujas hacia dentro un huevo duro que ha salido a ver mundo (plop) Sueltas algunos juramentos en arameo. Sigues tirando del condenado borde de la malla. Ahora te salen para fuera unas cuantas tiras de pimiento, como las patas de un pulpo. Para adentro otra vez. Vuelves a soltar imprecaciones en chino mandarín, hebreo antiguo y esperanto. El conjunto no para de soltar liquidurri, además de todo lo que lleva dentro, en diversos momentos. Cuando has metido todo el chisme en la malla, es hora de secarte el sudor. Has agotado todo tu peor vocabulario. Y has triunfado. Si lo haces con el hilo, mientras vas dando vueltas a la bobina, crees que tienes el tema más controlado, porque lo vas formando según tus necesidades. Pronto sales de tu error: en cuanto le has pegado dos vueltas, se te salen los huevos duros, uno detrás del otro. Sueltas algunos juramentos en arameo, etcétera, etcétera. Al final, de un modo u otro, lo consigues. A partir de ese momento, sea cual sea el método elegido, todo viene rodado. Pones el condenado bicho dentro de una olla con agua hirviendo, echas las hojas de laurel, y a cocer a fuego moderado dos horitas. Pasado este tiempo, lo sacas del agua, lo pones en una bandeja, le plantas otra bandeja encima, y sobre ella le pones todos los bricks de leche que puedas. Lo dejas prensar cuatro o cinco horas sobre la encimera, no se pone malo. Al cabo de ese tiempo, le quitas el peso de encima, y ya lo puedes guardar para servir cuando quieras cortado en rodajas. Está muy bueno. Merece la pena el esfuerzo.


Y a afrontar la llegada del lunes con cierto espíritu. No, no formo parte de ese colectivo extraterrestre que por la mañana salta en la cama y dice: "¡¡¡LUNES!!! ¡¡¡OTRO MARAVILLOSO LUNES!!!" Yo formo parte del mucho más numeroso colectivo que la mañana del lunes repta desde la cama, y empieza a ser tratable sobre las nueve, tras una o dos tazas de té.
De cualquier modo... feliz semana a todos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.