Buscar este blog

domingo, 23 de febrero de 2020

CEBOLLAS RELLENAS AL ESTILO ASTURIANO: Cómo me convertí en bienhecha.

Desde que supe de su existencia, siempre he sentido una mezcla de fascinación y tirria incontenible hacia Marie Kondo. Marie Kondo no es de este mundo. No puede serlo una persona cuya principal afición desde que era un coco era ordenar sus cosas y las de los demás hasta un extremo patológico. Por otra parte, la perfección absoluta, a mí, como supongo que a todos los mortales de a pie, me es profundamente antipática, y ella es perfecta. Dicho esto, seguiré manifestando mi profunda envidia a base de quitarle méritos: no es igual mantener ordenadito un piso japonés de cuarenta y cinco metros cuadrados que una casa de ciento setenta y tantos metros de tres plantas que incluye un kit de hijo, marido, perro, pájaro y jerbo. Si unes a esto que todos somos acumuladores natos, te puedes imaginar que el tema está un pelín complicado. Esta buena mujer afirma que hay que sacarlo TODO de una vez y ordenarlo TODO de una vez, dando las gracias por los servicios prestados a cada objeto que deseches. Si yo hiciera tal cosa, desaparecería y los servicios sociales y los bomberos tendrían que extraerme con la ayuda de una tuneladora. En cuanto a los agradecimientos, en mi caso lo que más se suela aproximar es una visión de mí misma yendo y viniendo vertiginosamente, como el monstruo de Tasmania, mientras berreo a todo trapo: "¡¡¡A TOMAR POR ""$%·&&&%%$$ TODA ESTA ******&&&&&!!! Una vez te pones en modo tirar, resulta adictivo. Yo ya he reducido los espacios superiores de la casa a unos límites de despeje razonable. Pero el sótano...... es otra cosa. Básicamente, porque para despejar, en bastantes ocasiones he recurrido al cómodo expediente de bajarlo todo. De manera que mi salón, los dormitorios, la cocina y los baños están despejaditos y practicables, al menos mientras no está aquí mi hijo el independizado, que es una fuerza centrífuga de cuanto hay a su alrededor. Pero el sótano sufre una descomunal indigestión. Esta es la hora de la verdad, en territorio hostil: el de mi santo (pues mi hijo guarda la mayoría de la basurilla tecnológica que acumula en su cuarto) Mi santo, de natural pacífico y moderado, se convierte en una pantera  hambrienta cuando alguien toca SUS cosas con la yema de un dedo. Si me ve abriendo una caja para ver qué hay dentro, acude en una fracción de segundo:
-¿¿¿Qué estás TIRANDO???
-No estoy TIRANDO nada. estoy mirando qué hay aquí.
-¡Son MIS cosas!
-Sí. Aquí están las tarjetas de los regalos de la boda, una entrada a la Expo 92, los tickets del ferry a la Gomera de cuando estuvimos en Canarias en 1.995, y uno del Pryca de 1.992. Cosas todas ellas imprescindibles, como verás.
-Bueno, bueno... pero ya lo revisaré yo. Tú no tires nada.
"Ya lo revisaré yo" remite a un momento indeterminado en el tiempo, comprendido entre "dentro de seis meses" y "nunca". Así que me resigno a tener por ahí la dichosa caja, de momento. Una retirada a tiempo es una victoria, pero esto no quedará así. Uy, qué va. A todos los acumuladores nos parece que lo que guardamos nosotros es muy valioso y lo que acumula tu pareja, un montón de porquería. Esto viene de lejos: en el hogar de los García no se tiraba ni un hilo. Doña Pepa, que era un tornado limpiador que ríete tú de Mr. Proper, siempre se detenía a las puertas del armario del salón del que papi se había apoderado para sus papeles: verdadero territorio comanche.
-Joaquín. ¿Quieres hacer el favor de decirme para qué guardas esos papelillos de la caja registradora? ¿Qué es eso de anotar "café lunes, 60 pesetas" (qué tiempos), y "Pepita casa, 3.000"? ¡Me has dado sólo 1.500!
-De eso nada, hijita. Te he dado 3.000. Para eso guardo los papeles, para acordarme. Hay que llevar un orden.
-Anda. Sí. Tú guarda los papelitos, a ver si te crían billetes de mil pesetas. ¡So encogío!
- Pepita. Que no me toques los papeles. Que yo llevo mi orden.
-Pues muy bien. Que te coman por los pies.
Y ya al salir del cuarto, remataba:
-Y me diste 1.500. Así que te rascas el bolsillo. Prenda.
Pues bien, cuando vacié la casa de mis padres, me traje entre otras cosas una maleta llena de cosas diversas. Dentro de ella, en una bolsa, estaban todos los papelitos. De años. Ahí están todavía, y a eso voy: que he llegado a la parte de tirar los recuerdos. Y eso es tremendamente difícil. Las cosas sólo son cosas, pero meterlas en una bolsa de basura es como desprenderte de una parte de tu vida. Ahora, que como se crea mi santo que se va a quedar con los tickets del Pryca, va de ala. Regla número 1: tira la porquería ajena con nocturnidad y alevosía, o al menos cuando no esté en casa. Regla número 2: ni se te ocurra apartar la bolsa: la verá y la recuperará. La echas a la basura del tirón. Regla número 3: niega con tu vida que hayas visto la porquería en cuestión ("¿Tu radiocassette? ¿Ese que no funciona y ocupa metro y medio por medio metro? Uy, hace aaaaños que no lo veo")
Hoy hemos comido una receta típica de Asturias, que está buenísima y es muy fácil de hacer. Por si fuera poco, estoy en fase dieta Montignac y me sirve. Ahí la lleváis.
Ingredientes:
-4 cebollas grandecitas.
-300 gramos de salsa de tomate casera.
-Una lata de pimientos del piquillo.
-400 gramos de bonito en aceite.
-Dos huevos duros (como si son tres)
-Un botellín de sidra.
-Sal y aceite.
Precalentamos el horno a 200º. Pelamos las cuatro cebollas y con la punta de un cuchillo le vamos marcando un círculo por la parte superior. Vamos cortando el círculo, ahundando. y metiendo el cuchillo para vaciarlas por dentro lo más que podamos, sin llegar hasta el fondo. Pero si se os va el cuchillo y lo sacáis por abajo, no pasa ná: cogéis un trocito de la cebolla que va saliendo y se lo ponéis en el fondo. Los recortes de cebolla se van pochando en una sartén con un poquito de aceite, hasta que quedan tiernos. Añadimos los pimientos del piquillo cortados en trocitos y el bonito bien escurrido, y un poco de sal. Salteamos un poco todo y lo mezclamos con los huevos duros picados..  Reservamos. Añadimos el botellín de sidra a la salsa de tomate y lo dejamos cocer hasta que la salsa se quede más espesa. La mezclamos con la farsa anterior. 
Ponemos las cebollas en una fuente para el horno y si no asientan bien, les cortamos con cuidado un trocito de la base. Las rellenamos con la farsa, y como nos sobrará, tenemos dos opciones: comérnosla a cucharadas o ponérsela a las cebollas por el alrededor, junto con el tomate. Yo tomé, heroicamente, esta última opción. Se mete todo al horno y se deja...... pues yo qué sé. En mi horno ha sido más de una hora, debe ser hasta que las cebollas estén totalmente tiernas. Eso sí, si vemos que el tema se prolonga, es buena idea ponerles por encima al final un papel de aluminio, para que no se chamusque lo de arriba. A mí me pasó. Aunque lo chamuscado está riquísimo, doy fe. Están buenísimas frías y calientes, con prácticamente cualquier aditamento que se os pueda ocurrir. En casa han caído hoy mismo en acto de servicio.

Siguiendo el ejemplo de Dios nuestro señor, descanso el séptimo día, pero mañana continuaré la cruzada tiracosas. Tiembla, esposo.
Feliz semana a todos.....

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.