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domingo, 22 de marzo de 2020

GALLETAS DE SALVADO DE AVENA Y CHOCOLATE

No vivimos buenos tiempos. Nuestro Gobierno nos ha mandado recoger, nos ha echado para casa con la pata quebrada. Recién empezada la cuarentena, Catalina, mi suegra, decidió que ya había tenido suficiente de todo en su larga vida y nos dejó, sin despertar del sueño, sin hacer un ruido, tal y como siempre había vivido. No hemos podido despedirla, ni compartir nuestra pena con Tomás, que está solo en la residencia, sin la compañera de su vida. No podemos más que comunicarnos a distancia, no podemos más que entretener el dolor y la incertidumbre con diversos quehaceres. La vida nos ha dado una bofetada a esta sociedad quejosa y consentida y desagradecida. Así que toca seguir viviendo y seguir peleando y sacar lo útil, no diré bueno, de esta situación. Encontrarnos con estas preciosas horas, días, probablemente semanas, que nos han regalado, nuevecitas, libres de urgencias y de carreras. La epidemia es el muro contra el que hemos chocado, lo que nos ha parado en seco y nos ha hecho darnos un buen cabezazo contra la realidad. Para mí, de momento, está suponiendo una monumental cura de reposo. O esa era la idea. Pero como hay que mantener rutinas y horarios y ocupaciones para no perder la cabeza y echarte a la calle con la motosierra, a hacer tu propio remake de "La matanza de Texas" al final te vas a la cama reventada. Véase día tipo:
8:00. Toque de diana. Desayuno, leo tres periódicos digitales, Facebook. Ya no hay tantos chistes sobre el coronavirus, ahora la tendencia son las advertencias apocalípticas de supuestas autoridades sanitarias, reales o inventadas. Se incluye sesión de diez minutos sentada fuera oyendo cantar a los pajaritos, mientras intento tomar algo de sol para producir vitamina D y no volverme transparente.
9:30. Saco al Curro. Diez minutos mal contados, siguiendo obedientemente las consignas. Me cruzo con dos vecinos asimismo provistos de sus respectivos perros. Nos miramos mutuamente con cierta cara de asco y el mismo pensamiento en mente: yo puedo salir, pero tú, ¿qué %%$$$$""333 haces por la calle?
9:45. Limpieza correspondiente al día. Subo y bajo las escaleras doce veces. Conecto a la Manoli  para que comience su circuito. De vez en cuando sufre un empacho de pelusa de alfombra, se queja ruidosamente y le tengo que practicar los primeros auxilios. Según el día, me saca mejor o peor los rincones. Hay que vigilar a estas chicas constantemente o el servicio no hace más que darte disgustos. Vuelta a la base con una musiquilla triunfal. Contenta me tienes.
12:00. Yoga. Elíptica. Meditación. Qué agotamiento.
13:30. Cocina. Guisoteo diverso.
14:30. Llamo para la comida: no viene nadie. Tras varios bocinazos, consigo reunir a la familia en torno a la mesa. Esto es como pastorear un rebaño.
15.30 Té de sobremesa. Sesión de punto de cruz. Se me enredan los hilos. Digo cosas feas. El presidente del Gobierno vuelve a dirigirse a la nación para no decir nada. Digo cosas más feas aún.
17:00. Sesión de labores diversas. Coso. No se me enredan los hilos, pero al terminar de coser un entredós en una funda de almohada, descubro que lo he pegado en el lado que no era. Suelto algunos pintorescos exabruptos y lo descoso todo, y a tomar por saco hasta mañana.
18:00. Yoga. Elíptica. Meditación, para quitarme el cabreo originado por el relajante rato de costura.
20:00. Cocina. A ver qué demonios cenamos. Mañana hay que ir a la compra. Yupi.
21:00. Cena. El presidente del Gobierno vuelve a dirigirse a la nación. El porcentaje de nación que vive en mi casa hace gestos francamente ordinarios a la televisión. este hombre consigue sacar lo peor de nosotros.
21:45. Charlo animadamente con mi marido, (yo) hasta que descubro que lleva quince minutos (él) frito en el sofá con la boca abierta, a pesar de que me parecía que de vez en cuando asentía con la cabeza y hasta decía "ajá". No se puede negar que hasta dormido es un hombre de recursos. Anda y tira para arriba.
22:15. Despedida y cierre. Jesusito de mi vida y al sobre.
Hasta ahora no me he aburrido ni un momento. No me ha dado tiempo. Tengo libros para leer y material de manualidades para varias vidas, nunca me había alegrado tanto de ser acumuladora. (¿Dije alguna vez algo sobre hacerme minimalista? Valiente chorrada) Hablando de manualidades, encontré un tutorial en YouTube para hacer una mascarilla y ahora salgo siempre con ella y con guantes. Puede que no sirva de mucho, pero te hace un outfit urbano de cuarentena completísimo. Le salieron cortas las tiras de elástico y me duelen horrores las orejas, que se me doblan hacia adelante y en cualquier momento me saltarán del cráneo. Pero, ¿y lo mona que voy? Una buena melena todo lo tapa, por otra parte. Si alguien me hubiera dicho hace quince días que iba a salir a la calle de esa guisa, le habría acusado de estar completamente borracho. Y ya veis...
Uno de los peligros de pasar todo el tiempo en casa es inflarse a comer, así que por el momento estoy haciendo recetas con un contenido calórico moderado. Encontré esta, que tiene la virtud de no saber a masilla de la pared, como suele ocurrir con cualquier preparación húmeda en que intervenga el salvado de avena. Está rico. No os engaño y os animo a hacer las galletas, que son muy fáciles.
Ingredientes:
-230 gramos de salvado de avena.
-100 gramos de harina integral
-Una cucharada de edulcorante liquido.
-Un sobre de levadura de repostería.
-Una pizca de sal.
-Dos huevos.
-150 ml. de aceite de oliva.
-Una cucharada sopera de esencia de vainilla.
-Una tableta de chocolate mínimo 70% de cacao, a ser posible sin azúcar.
Precalentamos el horno a 180º. Rompemos en trocitos la tableta de chocolate, por el método que nos convenga, dejando trocitos que se noten, pero que no sean inmensos. Mezclamos todos los ingredientes secos con una cuchara, batimos y añadimos los huevos, la vainilla, el aceite y la sacarina, y mezclamos todo con las manos.
Forramos una bandeja de horno con papel y vamos formando las galletas, haciendo bolas que luego aplastamos y compactamos bien. Se meten al horno 10 ó 12 minutos, parecerá que salen blandas pero luego quedan crujientes. Son aptas para dietas proteicas y están lo bastante buenas como para quitarse la gusa por algo dulce sin daños irreparables y que no se te salte la hiel.

Y a seguir echando paciencia y desarrollando nuevas rutinas. Esto puede enseñarnos mucho sobre nosotros mismos y es muy útil para hacernos reflexionar sobre la vida que llevamos normalmente. Porque esa vida normal volverá. Sea antes o después, nos estará esperando ahí fuera.
Feliz semana a todos...

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