Buscar este blog

lunes, 6 de abril de 2020

EMPANADAS DE LO QUE HABIA

 Lunes Santo. De nuevo llego tarde a mi cita quincenal de batallitas. Pero es que no paro. Ayer por la tarde empecé a ponerme, pero como me tragué sesión doble de película sueca de sobremesa mientras hacía mi punto de cruz, no me dio tiempo de casi nada. Luego me vi un trozo de "La trinchera infinita" (muy recomendable), la media hora de yoga y en seguida a preparar la cena, pues es que una no da abasto. A pesar de todos mis esfuerzos, en tan señalado Domingo de Ramos no he encontrado nada para estrenar, ni una triste camiseta de pijama.  De manera que ya se me ha caído la mano izquierda, que llevo en un papelito, y la derecha se me está empezando a soltar por el meñique, aunque ya he aprendido cómo reinsertármelas en un tutorial de YouTube; espero que me aguanten hasta el año que viene. Primeras tres semanas dentro de casita, que han dotado de la cualidad de aventura prodigiosa al hecho de salir a la farmacia o a por el periódico, o de planazo apasionante el ir a por la compra. Por suerte, o por desgracia, tengo un supermercado como a cien metros de mi puerta. Me atavío con mis guantes, mi mascarilla y mi canesú, trinco el carro y me lanzo a la lucha por la supervivencia. Esta semana no hay ni una bolsa de zanahorias para un remedio. La semana pasada fueron las latas de tomate, la anterior los cartones de huevos.  Esto va por rachas. Cuando termino, sana y salva aunque deszanahoriada, y de hora sobre las resistiré y cuarto, (gracias a Dios ya han apagado los altavoces) subo el carro al parking, llamo a mi santo y, cuando le veo llegar, suelto el carro y él lo coge y carga la compra en el coche, mientras yo me voy para casa cantando bajito. Me da la sensación de estar implicada en una arriesgada operación de contrabando, todo es emocionante. A despecho de tanto resistiré (la terminaré odiando), tanto aplauso y tanta fiestecita de terraza, lo cierto es que sigo disfrutando de mi inédita holganza.  Ay, mami, si me vieras. En mi casa, antes de que hubiéramos terminado de fregar los platos y recoger la cocina, no te podías sentar. Tenías detrás, respirándote en el cuello, a la policía religiosa encarnada en doña Pepa. O tenías que pelar unas patatas o bajarte a la tienda a por huevos, que no quedaba ni uno. o a por el pan, o trajinar tu cuarto y dejarlo en estado de revista. Todos los días de la semana. Curiosamente, ni mi padre ni mi madre me preguntaba jamás si había hecho los deberes o estudiado para un examen. Daban por hecho que eso era cosa mía. Y lo era. Qué bien se lo montaban. Ellos mandaban y yo obedecía. Yo mandaba y mis hijos se pitorreaban de mí. Somos la generación de padres más pringada de la historia. 
Hurgando por el congelador, en mi afán por despejarlo (cosa que jamás consigo) encontré una bolsa sin etiqueta que envolvía otra bolsa. Me encantan las bolsas sorpresa. Cuando la pude abrir, vi que era la orgullosa agraciada con un trozo de matambre relleno que se veía ya un tanto securrio y descangallado. Cargada de virtudes domésticas como estoy, debido a nuestra estabulación, decidí que lo aprovecharía convirtiéndolo en otra cosa y, voilà, saqué unas empanadillas de inspiración vagamente argentina que salieron, pero más buenas. Por si alguien tiene interés en replicarlas, ahí va la receta del invento.
Ingredientes:
Para la masa:
-500 gramos de harina.
-Medio vaso de agua
-Medio vaso de vino blanco.
-Un buen chorro de aceite.
-Un huevo, más otro para pintar.
.Un sobre de levadura seca de panadería o 15 gramos de la fresca.
-Una cucharada de sal.
-Una cucharada de pimentón.
-Sésamo (opcional)
Para el relleno:
-250 gramos de carne, si es un resto de carne guisada, perfecto.
Si no, puede ser pollo o cerdo, pero cortado a cuchillo finito. Para un apuro, sirve también una bandeja de carne picada, aunque no es lo suyo.
- 4-5 pimientos del piquillo
-Una cebolla.
-Una lata de tomate triturado.
-Dos huevos duros.
-Sal, pimienta, comino.
-Una pastilla de Avecrem y una cucharada de azúcar, o una manzana rallada, para el tomate.
-Un puñado de pasas y piñones (opcional pero rico)
-Un chorro de aceite.
En primer lugar, hacemos la masa, amasando a mano todos los ingredientes durante unos diez minutos o en la Thermomix. Hacemos una bola, cubrimos y dejamos reposar un par de horas.
Mientras tanto, hacemos el relleno. En un fondo de aceite, salteamos la cebolla picada y los pimientos del piquillo hechos tiras. Añadimos la carne la dejamos dorar, por último ponemos el tomate triturado y sazonamos con sal, pimienta, comino, el azúcar y la pastilla de Avecrem, hasta que se quede todo bien ligado. Dejamos enfriar y añadimos los dos huevos duros picados, las pasas y los piñones.
Estiramos la masa en una superficie enharinada. Como yo no tengo mucho sitio en la encimera, lo voy haciendo por porciones, hasta que la acabo toda. Cada vez voy aplanando hasta que la masa quede lo más fina posible y voy señalando círculos con un cortapastas o una taza del diámetro adecuado, yo las hice de unos diez centímetros.
A ver, esta es una tarea pringosa y entretenida. Pero en primer lugar, ahora tenemos tiempo, en segundo lugar la masa está mucho, pero que mucho más buena que las obleas preparadas de empanadillas y, en tercer lugar, es mucho más maleable y se rompe menos. Seguimos. Cogemos una porción de relleno y la ponemos en el centro de cada círculo de masa. Mojamos los bordes del círculo y cerramos en forma de media luna, apretando bien. Para que no se abran, vamos retorciendo hacia adentro los dos bordes pegados, haciendo una especie de cordón, y las vamos poniendo en una bandeja de horno con su papel. Precalentamos el horno a 200º. Cuando terminamos con toda la masa, batimos el huevo restante y con una brocha de cocina vamos pintando cada empanadilla. Luego las espolvoreamos con sésamo y metemos la bandeja al horno. Suelen tardar unos 15-20 minutos, o cuando vemos que la masa está dorada. Se sacan y se dejan enfriar sobre una rejilla. Duran varios días. También se pueden congelar ya hechas y luego, descongeladas, calentarlas con un golpe de horno.

No nos queda otra que disfrutar de los pequeños placeres domésticos, y lo cierto es que yo los estoy disfrutando tanto, que me van a tener que traer de vuelta al tajo a rastras, sacando virutas con las uñas al parquet. Y es que se está tan bien en este despejado espacio mental, que realmente no querría salir nunca de él. Cada uno de nosotros tendrá que extraer de esta anómala experiencia sus propias enseñanzas. Una de ellas, que pasar todo el tiempo en casa no se lleva bien, al pasar de los días, con lucir tipín pinturero, así te mates a tutoriales de zumba o sesiones maratonianas de elíptica. Excepto si eres un repugnante pibón de veinte años. Pero no se puede tener todo en la vida y ésa en concreto, amigos, será la última de mis preocupaciones.
Feliz semana a todos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.