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domingo, 19 de abril de 2020

LECHE FRITA

Haciendo todo ese tipo de cosas que en la Vida Normal nunca me daba tiempo de hacer, he encontrado una caja enorme con recortes de revistas para hacer álbumes Algún Día. El día ha llegado y la gran mayoría de los recortes son de recetas. A su vez, la gran mayoría de las recetas son de postres, y me pregunto por qué tendré tal fijación con ellos, teniendo en cuenta que tampoco los hago con tanta frecuencia, y que cuando los hago normalmente sólo pruebo un poco. Bueno, algo. Hay que reconocer que, como ahora tengo la pensión al completo, alguno sí que he hecho. Entre ellos,  leche frita. Un pecado mortal exquisito que hacía tiempo que no preparaba. En mi mente, la leche frita tiene un significado especial. Recuerdo que algunos días, cuando al volver del colegio lanzaba mi acostumbrado y pesadísimo "mamá, ¿qué hay de comer?", recibía la siguiente escueta respuesta:
-Leche frita.
-¿Para comer? Bueno, será de postre, ¿no? ¡Qué bien!
Eso fue sólo la primera ve que lo dijo, claro. Porque doña Pepa tenía una cara que indicaba que, de bien, nada. Que tenía el rabo torcido desde por la mañana, por el motivo que fuera. Y que me decía "leche frita" por no decirme una ordinariez mayor. Y que no tenía ni idea, ni le importaba un cuerno, lo que íbamos a comer. Que, en esas circunstancias, solía ser patatas, huevo y pimientos.  Y, oye, tampoco estaba mal. A partir de ese día, si se me indicaba de nuevo que había leche frita, de la metafórica, para el almuerzo, servidora soltaba la cartera y se ponía a pelar papas sin decir ni mu. Pero había veces que sí que había leche frita de verdad, cuando el barómetro del volátil temperamento de mami marcaba "despejado, soleado". Así que, quizá, tengo asociados los postres a la bonanza y al buen humor, de un modo ciertamente perverso. Intento, de todos modos, probar cantidades homeopáticas. Pero es que el encierro es lo que tiene. Si esto se prolonga mucho, voy a salir de aquí como una Venus, aunque paleolítica. El hecho de que la última sesión de peluquería sea un lejano recuerdo también contribuye a ello. Me estoy convirtiendo en el ideal de belleza del hombre del magdaleniense. De momento, en la época actual, salgo a la compra, cuando es preciso, prudentemente velada por mi mascarilla casera, esa que me salió con los elásticos cortos y me hacía orejas de maestro Yoda. En vista de que me iban a saltar las orejas del cráneo, se los cambié, y me hice otra de repuesto con los elásticos más holgados. Quizá demasiado. Me caben dentro dos o tres galletas para el camino, a modo de morral caballuno. Lo de ir a la compra, ésa es otra. Entre otros motivos, porque la comunicación se ha vuelto muy difícil. El dependiente lleva mascarilla. Yo llevo mascarilla. Así que si le digo. "buenas, quería un kilo de boquerones" puedo ser respondida con un "señora, mejillones no me quedan".
- Que no quiero MEJILLONES. Que quiero BOQUERONES.
-Tampoco me quedan gambones. Pero tengo una gamba blanca de Huelva maravillosa.
Al final, termina una por echarse otro metro atrás y bajarse la dichosa mascarilla.
-BOOOQUEEEROOONEEES. 
-Ahhh. Pues haberlo dicho, mujer. Pero tampoco tengo.
Ay, por Dios.
Paso la receta de esta clásica maravilla del arte repostero. Se puede considerar mi aportación para elevar la moral en estos tiempos de guerra. Porque a ver si voy a ser yo sola la que engorde....
Ingredientes:
-750 ml. de leche entera.
-100 gramos de azúcar.
-3 yemas de huevo.
-Cáscara de un limón.
-Un palo de canela.
-80 gramos de Maicena.
-40 gramos de mantequilla.
-Huevo para rebozar y 100 gramos de galleta molida o pan rallado.
-Azúcar mezclada con canela molida para rebozar.
Separamos un vaso de la leche y diluimos en ella la Maicena. Reservamos. Ponemos el resto de la leche a calentar en un cazo con la mantequilla, la canela y la cáscara de limón, a fuego suave. Cuando vaya a hervir, apagamos y lo dejamos en infusión 5 minutos. Mientras, batimos las yemas con el azúcar hasta que haga espuma.
Se cuela la leche del cazo y la ponemos nuevamente al fuego, cuando esté ya caliente añadimos la leche apartada con la Maicena, removiendo bien con unas varillas, si hace falta le damos un golpe de batidora para que no tenga grumos. Seguimos removiendo con las varillas, a fuego suave para que no se queme, hasta que espese. Vamos añadiendo poco a poco, con cuidado, la mezcla de yemas y azúcar, hasta que quede todo integrado, y removemos en el fuego muy flojo un par de minutos.
Cuando ya está todo integrado, vertemos la mezcla en una bandeja rectangular y la dejamos enfriar, incluso de un día para otro. Cuando ya esté fría, la cortamos en cuadraditos al gusto, la pasamos por huevo batido y la galleta o pan rallado, y freímos en una sartén con abundante aceite limpio. Las vamos pasando a un plato con dos o tres hojas de papel de cocina y las dejamos escurrir. Luego se rebozan en el azúcar mezclada con canela. A partir de este momento, el problema es mantener las zarpas lejos de ella.

Espero que os portéis bien y pilléis un kilillo o dos en solidaridad conmigo. No me dejéis en mal lugar, os lo suplico.
Feliz semana, hermanos de clausura.

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