Buscar este blog

domingo, 3 de mayo de 2020

CRACKERS DE LINO Y OTRAS SEMILLAS

Igual que antiguamente con el luto, ahora estamos en la fase de alivio. En esa fase en que la gente ya se podía vestir de malva, de gris o blanco y negro, porque ya el difunto no estaba tan fresco, o bien en la que nos dejan salir sin coartada (pero poco). En esta nueva fase de desconfitamiento, y lo escribo bien, nos dejan salir un poquito a hacer deporte, para que no se nos salte la hiel y para que podamos ir soltando algo del lorzamen abdominal acumulado. Ayer estrené el nuevo nivel de desestabulamiento progresivo y pude comprobar que salir a la calle cuando nadie más lo hace está muy bien, aunque esté feo que lo diga.  Pero que cuando sale todo el mundo, nos miramos con mucho asco y nos odiamos profundamente unos a otros. En mi ingenuidad, salí sin mascarilla por aquello de que no hacía falta por la distancia social; en seguida lamenté mi error. Pasé por una calle que no he visto más concurrida  en los días de mi vida, y, definitivamente, es un hecho que para mucha gente la distancia social es algo así como un concepto metafísico inaprehensible. Ni una verbena de agosto. Por Dios, que corra el aire. Para amenizarte más, si cabe, la salida, se ofrecía una cacerolada ensordecedora en directo por sobre tu cabeza, inmediatamente después de haber pasado por otra calle donde algún descerebrado ponía reggaeton a toda pastilla. Hoy me llevaré mi burkamascarilla importada de Suiza. Es cómoda y fresca, no creáis, además de efectiva, porque los suizos hacen las cosas a conciencia, pero cuando la despliegas y te echas el toldo abajo, estás como Hannibal Lecter con el bozal. La experiencia me retrotrae a tiempos de la infancia. ¿Os acordáis de los verduguitos que nos ponían en invierno? A los más jóvenes esto no os sonará, claro. Porque dicha prenda se abolió en la Convención de los Derechos del Niño de 1989. O debió hacerse, en todo caso. Era un gorro de lana que te cubría hasta el cuello, con un agujero, o medio, (tipo pasamontañas) para que sacaras el careto por ahí. Los de medio agujero sólo te permitían los ojos libres, para que vieras por dónde ibas y no te dejaras los dientes en una farola. Aquello agobiaba una barbaridad, y como hicieras por bajártelo, allí tenías a mami subiéndotelo hasta las orejas.
-¡Niña, que hace mucho aire y vas a coger una pulmonía!
-¡¡¡BBBMMMJJJJFFFFF!!!
-¿¿¿Quééé´??? ¿Qué estás farfullando por ahí? ¡Que llegamos tarde!
-¡¡MAMAAAAA!! ¡¡¡ QUE ME PICAAAA!!!
-Pues si te pica, te rascas. ¡Y ya te he dicho que no te lo bajes! ¡¡¡So lechuga!!!
"Lechuga" era el taco más gordo que se permitía doña Pepa: todas las barbaridades que salían por su boca, y no eran pocas, las decía por lo fino. La cuestión es que, llegado al punto del "lechuga", como me volviera a intentar bajar el verdugo del demonio, me ganaba un buen pellizco y alguna colleja de propina, de esas que te daban en los setenta, antes de que se derogase ese artículo del Código Civil que autorizaba a los padres a "corregir razonable y moderadamente a sus hijos", (sic) y que entonces se aplicaba con liberalidad. Luego nos soltaban en la entrada del colegio y todo se llenaba de niñas sudorosas y congestionadas, al borde del hamacuco, metiendo el chisme en la cartera entre suspiros de alivio, mientras la monja de la puerta decia con su acento de Valladolid:
-Anda, y que no sois teatreras. ¡Que es por vuestro bien!
Porque existía entonces un verdadero terror a los aires fríos que te entraban por la boca, a eso y a los pies mojados, que por ahí se cogían todos los males. A pesar de todo, la malvada doña Pepa no ahorraba guasas con los dichosos gorritos. Siempre que fueran ajenos, por supuesto.
-Hola, hola- iba saludando a las otras madres- Hay que ver, nena, llevar a esas niñas tan feítas con el verdugo. Míralas, que parecen dos murcielaguillos, que sólo se les ven esos ojos saltones que tienen.
-Mamá, pues a mí también me lo haces llevar.
-Sí, pero tú eres muy bonita y muy preciosa, vas a comparar. (aclaro que esas cosas las decía más para jalearse a sí misma por su obra, que para piropearme a mí, que por otra parte era de lo más normalita)  Anda, sí, tápales la boca, (en referencia a la madre de los murciélagos) vayan a comer de más y dejen de estar esmirriás.... mal toro te coja, a ver si les das menos verdugo y más bocadillos de foagrás.
-¡Mamá!
-¿Qué? Será que es mentira. Anda, nena. Vete para adentro y que yo no te vea a la salida con el gorro fuera, que hace mucho frío.
En fin... vamos con la receta.
 Estos crackers salen muy crujientes y ricos, tienen un montón de fibra y como pecado, sale bastante venial. Además son facilísimos de hacer.
Ingredientes:
-Una taza de lino dorado
-100 gramos de harina integral. También se puede poner otra harina, o salvado de avena.
-Media taza de agua
-Media cucharadita de sal
-Media taza (o al gusto) de sésamo, pipas de girasol, calabaza, semillas de amapola...
-Opcional: Ajo o cebolla en polvo, orégano, tomillo, queso rallado...
Precalentamos el horno a 180º. Trituramos las semillas de lino en Thermomix o batidora. Mezclamos todos los ingredientes. Ponemos una hoja de papel de horno, la masa encima bien extendida, y encima otra hoja de papel de horno. Con el rodillo estiramos y formamos una lámina como de medio centímetro máximo. Quitamos la hoja de encima y cortamos los crackers de la forma que queramos. Al horno unos 15-20 minutos, hasta que veamos que están dorados y crujientes. Sacamos y dejamos enfriar sobre rejilla.

Y a seguirse cuidando, más que nunca. Que nos tenemos que ver pronto, aunque sea más o menos embozados y más o menos redondeados, pero sanos al menos.
Feliz semana a todos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.