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domingo, 17 de mayo de 2020

CONCENTRADO DE CALDO DE CARNE

Ya se le empieza a ver la luz al confinamiento, mañana estrenamos nuestra flamante fase 1, y sufro una mezcla de sentimientos encontrados. Por un lado, soy feliz de poder salir a la calle para asaltar a gusto las librerías de mi ciudad (tarea que, lamentablemente, puedo finalizar en un par de horas, y contando con que las esculque hasta el altillo. Málaga, ciudad bravía.... etc.) Y no tener esa sensación de clandestinidad y muy judeocristiana culpa cada vez que salgo a la calle a por un kilo de boquerones. Por otro lado, el ajetreo diario empieza a reiniciar sus engranajes, y hay que dejar atrás esos días sin llamadas, sin obligaciones, dedicados a lo hobbies, a la lectura y a no pegar ni chapa. Me apetece volver lo mismo que clavarme un tenedor en un ojo, y ustedes disimulen la imagen. Por si fuera poco, está el lío de lo que puedes hacer y lo que no, que no es poca cosa  Si voy a visitar a un familiar o reunir hasta 10 personas en mi casa, ¿tiene que ser de 6 a 10 y de 8 a 11? ¿En el radio de un kilómetro? ¿Salir a partir de las 10 se considera jurídicamente paseo, si voy a comprarme un pantalón? ¿Puedo bajar al mercado a hacer la compra, o tiene que ser en la tienda de mi barrio?  Se han establecido a la fecha hasta 209 normas, pero al parecer no han sido suficientes para dejarnos las cosas claras, y sí para que, si no nos multan por una cosa, nos puedan multar por otra. Sin embargo, la obligatoriedad de llevar mascarilla brilla por su ausencia, y para algunas personas el distanciamiento social parece significar que en vez de tirarte su compra encima en la cola del supermercado, previo empujón cuerpo a cuerpo, te empotran el carrito por detrás, para hacerte saber con sutileza que estás tardando mucho y que a ver si despejas. Debo admitirlo, estoy atravesando una época de tomarle mucho asco a mis semejantes. ¿Y si patentáramos el chaleco electrificado de 12 voltios con sensor de distancia? Tampoco es de despreciar el truco infalible de mi cernícalo menor, que no tiene un mínimo sentido de la vergüenza: en cuanto ve que el personal se empieza a aproximar más de la cuenta, saca del pecho unas toses desgarradoras con ruidoso broncoespasmo incluido, estilo Dama de las Camelias en la escena final (aunque ni con la mejor voluntad se confundiría a mi asilvestrado vástago con Margarita Gautier) Mano de santo, mire usted.  No le queda nadie a cinco metros a la redonda. Yo aún no lo he puesto en práctica, pero contad con que lo haré. Reconozco que soy muy poco mediterránea con eso del espacio personal, como con muchas otras cosas: lo necesito bien grandecito, y que corra el aire. Me acuerdo de, cuando en el colegio, nos ponían a formar fila para entrar a clase, y cada una tenía que extender los brazos y posar las manos en los hombros de la que tenía delante, y esa era la distancia adecuada. En cuanto la monja se retiraba, empezaba la "rebuína": cuarenta prepúberes a medio civilizar achuchándose unas a otras a ver quién entraba antes; normalmente la más brutorra y corpulenta era la "colona".  Ante la turbamulta, la monja corría a poner orden, dando palmadas cual si espantara gallinas:
-¡A VER!  ¿¿¿SOMOS ANIMALITOS O QUÉ??? ¿¿¿ESTO ES UNA CLASE DE NIÑAS O UN REBAÑO DE ELEFANTAS??? (ya nos iba subiendo de nivel) ¡¡¡A CLASE!!! ¡¡¡Y A LA QUE VEA EMPUJANDO LA TENGO LUEGO UNA HORA HACIENDO DICTADOS!!!
Y todas las cuarenta mostrencas agachábamos el moño e íbamos entrando mansas como borreguitas. Madre Encarnación medía un metro y medio, era los más chico que despachaban en monjas; pero tenía una autoridad natural envidiable. Qué líder de masas ha perdido el mundo. Daría cualquier cosa por contratarla como monja de compañía en las colas.
La receta de hoy no es cuqui, ni bonita, ni apetecible, ni siquiera un poco pecaminosa. Pues vamos bien. A cambio de tanta sosez, es eminentemente práctica y excelente como condimento. Se pueden utilizar los restillos que van quedando de verdura durante la semana, que se aprovechan así estupendamente, y sabemos lo que le estamos poniendo a nuestros guisos. Porque a mí me parece que en las fábricas de los cubitos meten el bicho entero, desde los cuernos hasta la punta del rabo, y le dan a la manivela. Y si se pone una a pensarlo, pues, la verdad, da cosita.
Ingredientes:
-300 gramos de carne de cerdo o ternera, magra y limpia.
-600 gramos de verduras variadas. Recomiendo que entre ellas haya zanahoria, apio y tomate, que dan mucho aroma.
-Aceite de oliva.
-300 gramos de sal gorda.
-Un puñado de perejil.
-Medio vaso de vino blanco.
Se trocea menuda la carne y las verduras. Se pone un chorrito de aceite en una cacerola y ponemos la carne a morear. Añadimos las verduras y le damos unas vueltas. Echamos el vino y dejamos evaporar, ponemos la sal gorda, mezclamos bien con una cuchara y bajamos el fuego. Lo dejamos un par de horas al mínimo, removiendo de vez en cuando. En la Thermomix el tema se simplifica mucho, porque picamos todo en ella, añadimos todos los ingredientes, ponemos en velocidad cuchara, temperatura Varoma, 40 minutos, y luego se tritura 10 segundos a velocidad alta.
Lo ponemos en un tarro y nos puede durar en la nevera tres o cuatro meses, con la sal no se va a estropear. Hay quien lo mete en el congelador, porque no se endurece, y lo va usando a cucharadas. Yo uso una cucharada grande como medida de un cubito de los tradicionales, y me está quedando perfecto en todos los guisos.



Portaos bien, hermanos, y usad las medidas correspondientes, que os quiero ver a todos sanos y salvos cuando salgamos de ésta. Mientras tanto, a pasarlo lo mejor posible. La vida sigue su curso, la primavera no entiende de encierros y todo está precioso. Así que disfrutemos de todo ello, aunque sea en las franjas horarias correspondientes y enmascarados hasta las cejas. Qué remedio.
Feliz semana a todos.

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