Cuando yo era pequeña y los tomates eran de verdad y sabían a tomate, a mí no me gustaban. Era verlos en mi plato y salir cantando bajito de la cocina. Y mamá diciendo:
- Hay que ver la lacia de niña esta, que no le gusta la ensalada...
Ya conoceréis ese refrán de que Dios da pañuelo a quien no tiene narices. Porque esos tomates de entonces, que yo no quería probar, tenían aroma y una carne fina, sin una gota de agua, y sobre todo sin esa insipidez y sinsustancia tan decepcionante que tienen los de ahora. Los tomates antes olían a verano, más aún si conservaban el tallo. Ahora no parecen haber surgido de una planta viva, es como si hubiesen nacido en una probeta bajo el plástico del invernadero, incluso cuando ya es temporada.
Bueno, el caso es que inevitablemente me hice mayor y empecé a comer más cosas. Muchas más, de hecho.... Uno crece cuando aprende a apreciar el buen vino, cuando empiezan a apetecerle los platos de cuchara y cuando el ketchup y la mayonesa sobre cualquier cosa comestible dejan de parecer una buena idea. Se adquiere entonces cierto grado de civilización, se deja de pensar en colorines y se empieza a hacerlo en tonos matizados, que nos sientan mejor. Se aprende que cosas importantes hay poquísimas, y que, aunque así lo creyeses a los veinte años, no hay alegría o pena, inundación o talla cuarenta y cuatro, que pueda matarte.
Por eso, andando los años, cuando yo misma aprendí a cocinar, descubrí los tomates de mil maneras, incluyendo la de esta receta, que encontré en un suplemento semanal de hace algún tiempo, y que es un modo de fingir o impostar el tomate auténtico, mediante el procedimiento de secarlo lentamente y hacer que concentre su sabor. Requiere un poco de paciencia, no demasiado trabajo, y sabe a gloria. Es una especie de embellecimiento a la inversa: partes de tomates redondos, tersos y bonitos, y acabas, con el paso del horno y algo de tiempo, con unas cosas feísimas, de aspecto muy poco tentador, que sin embargo son una verdadera exquisitez. Quizás tenemos aquí una justa metáfora de la vida humana: somos más bonitos e insustanciales en la juventud y nos volvemos sabrosos y con fundamento en la madurez. Casi siempre. O eso quiero pensar, porque ando ya en vísperas de los cincuenta, y tengo que barrer para casita: la juventud ya está lo bastante presente en los medios, enaltecida, y -añado- sobrevalorada. Perdón, si me lee alguien de menos de cuarenta: vosotros también lo superaréis. La juventud es algo que siempre, siempre, tiene arreglo.
Ingredientes:Por eso, andando los años, cuando yo misma aprendí a cocinar, descubrí los tomates de mil maneras, incluyendo la de esta receta, que encontré en un suplemento semanal de hace algún tiempo, y que es un modo de fingir o impostar el tomate auténtico, mediante el procedimiento de secarlo lentamente y hacer que concentre su sabor. Requiere un poco de paciencia, no demasiado trabajo, y sabe a gloria. Es una especie de embellecimiento a la inversa: partes de tomates redondos, tersos y bonitos, y acabas, con el paso del horno y algo de tiempo, con unas cosas feísimas, de aspecto muy poco tentador, que sin embargo son una verdadera exquisitez. Quizás tenemos aquí una justa metáfora de la vida humana: somos más bonitos e insustanciales en la juventud y nos volvemos sabrosos y con fundamento en la madurez. Casi siempre. O eso quiero pensar, porque ando ya en vísperas de los cincuenta, y tengo que barrer para casita: la juventud ya está lo bastante presente en los medios, enaltecida, y -añado- sobrevalorada. Perdón, si me lee alguien de menos de cuarenta: vosotros también lo superaréis. La juventud es algo que siempre, siempre, tiene arreglo.
-1 kg. o dos de tomates, maduros pero firmes, preferentemente de rama o de los de pera. Pensad que menguan bastante.
- Sal y azúcar, para ponerles un espolvoreo por encima.
- Aceite de oliva.
- Dos o tres dientes de ajo.
- Un puñado de hojas de albahaca fresca o una cucharadita de la seca.
Lo primero es escaldar los tomates en una cacerola con agua hirviendo, haciéndoles un corte en cruz por el lado opuesto al del rabo y sumergiéndolos en el agua hirviendo un par de minutos.
Después los pasaremos por agua fría y los pelaremos, cortándolos en cuartos. Los dejamos enfriar y luego, con mucho cuidado, vamos apretando con suavidad cada cuarto de tomate para que suelten el agua y la gelatina esa de las semillas. Cuando todos los trozos están limpitos, los ponemos en la bandeja del horno y les ponemos por encima el espolvoreo de sal y de azúcar y un chorrito de aceite de oliva. Ahora los pondremos en el horno a 100º y nos olvidamos de ellos tres horas. Luego bajamos a 50º y los dejamos cuatro o cinco horas más, incluso toda la noche, para que se vayan secando poquito a poco y reconcentren su azúcar natural.
Ponemos en el vaso de la batidora o Thermomix los dientes de ajo, la albahaca y como 250 ml. de aceite, batimos y cuando los tomates estén listos los pondremos en un frasco y los cubriremos con este aliño, poniendo más aceite si hace falta y conservándolo en la nevera.
Son maravillosos en ensalada y también en una tostada, con un poco de queso fresco. Y el aceite sobrante es un vicio bastante disculpable, siempre con pan.Estos adefesios arrugaditos se convierten en un manjar de dioses... os lo digo yo. |
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