Un día. Veinticuatro horas, y agosto se extenderá ante mí, como una larga siesta. Así me lo imagino cada año, aunque sé que no me dejarán del todo. El Juzgado siempre, siempre, intenta notificarnos cosas en agosto. Y los abogados y los procuradores siempre intentamos que no nos las notifiquen y nos hacemos expertos en escapismo, como Houdini. Lo considero legítima defensa: necesito vaciar mi mente de basurilla laboral. Y urgente, urgente de verdad, no hay prácticamente nada. Pero hay cierta clase de gente que trabaja en agosto, bien por propia elección, y ni te cuento si es por necesidades del servicio, que hace lo posible por fastidiarte las vacaciones. Tal cual.
Y de eso nada: ahora toca relax, playa con revistitas intrascendentes, a ser posible playas tranquilas, que algunas quedan. Nunca fue el caso de aquella playa de los baños del Carmen, cuando estaba acotada hasta que la Ley de Costas obligó a desprivatizar el asunto, y tenías en la entrada a una señora muy tiesa que te vendía un ticket para una caseta, incluyendo una llave tamaño puerta principal del castillo de Sigüenza. Entonces toda la gente joven iba a los mismos sitios, y aquello era otra versión de viernes por la tarde, puerta del Banco Zaragozano, o cafetería de Gómez Raggio. Muchos lo recordaréis. Las mismas pandillitas y los mismos niños atontados que nos gustaban. Anda que no era divertido. Aunque por esa época (yo tenía quince años: juro que los he tenido), a mí me daba por llevarme a la playa el "Quijote", que acababa de descubrir como literatura de evasión, divertidísimo, además de maravillosamente escrito. Pero es que el Quijote era el Harry Potter de su tiempo: lo leía todo el mundo. Y ahora se ve como una especie de vaca sagrada de la literatura a la que da mucho miedo acercarse. Lástima. El caso es que mis amigas ya un día se hartaron y me dijeron tal que lo siguiente:
- Mira, bonita, haznos el favor y guárdate el "Quijote", que por tu culpa no se nos acerca ni el Tato.Y de eso nada: ahora toca relax, playa con revistitas intrascendentes, a ser posible playas tranquilas, que algunas quedan. Nunca fue el caso de aquella playa de los baños del Carmen, cuando estaba acotada hasta que la Ley de Costas obligó a desprivatizar el asunto, y tenías en la entrada a una señora muy tiesa que te vendía un ticket para una caseta, incluyendo una llave tamaño puerta principal del castillo de Sigüenza. Entonces toda la gente joven iba a los mismos sitios, y aquello era otra versión de viernes por la tarde, puerta del Banco Zaragozano, o cafetería de Gómez Raggio. Muchos lo recordaréis. Las mismas pandillitas y los mismos niños atontados que nos gustaban. Anda que no era divertido. Aunque por esa época (yo tenía quince años: juro que los he tenido), a mí me daba por llevarme a la playa el "Quijote", que acababa de descubrir como literatura de evasión, divertidísimo, además de maravillosamente escrito. Pero es que el Quijote era el Harry Potter de su tiempo: lo leía todo el mundo. Y ahora se ve como una especie de vaca sagrada de la literatura a la que da mucho miedo acercarse. Lástima. El caso es que mis amigas ya un día se hartaron y me dijeron tal que lo siguiente:
Espantaba a los niños. No los culpo...
También estaba la playa del Rincón, que teníamos justo al salir de los túneles, bajo la conocida como "carreterita". Un invierno un temporal se comió la playa entera y el verano siguiente teníamos que estar todos encaramados en las rocas, en precario equilibrio, y con los coches pasando tres metros por arriba de nuestras cabezas. Como decía nuestra vecina del sexto, muy graciosa, siempre con su crochet, allí subida como el loro en la percha:
- Esto ya no es lo que era, Pepita. A esto le han quitado todo el chiste, porque no puedes criticar a nadie, los tienes a todos en la roca de al lado y te oyen.- Sí, Beli.- contestaba mi Pepa Carballo.- Pero lo mismo que no puedes criticar, puedes oler.
Efectivamente, podías oler lo de todo el mundo. En sentido literal y en sentido figurado. Desde entonces, le tengo muchísima manía al olor a coco de los bronceadores y a las aglomeraciones.
Aún así, habrá playa. No diré cuál, vaya a ser que se aparezca en ella un notificador del Juzgado camuflado de palmera a inundarme de comunicados con plazos..... Que son muy capaces.
Por lo que hace a la receta, cocino ahora menos de lo normal, pero no he podido resistirme a esta (adaptada) receta del libro "Repostería sin horno", de la editorial Fackelträger, nombre tan imposible como el que originalmente tiene la receta: "Sueño de bayas con crema de yogur". Los alemanes son muy líricos con los libros de cocina. Les ponen a las recetas unos nombres que son una fatiga. Imagínate que te llevas una tarta de chocolate a una reunión y te preguntan qué es, y resulta que tienes que decir:
-Esto es una versión autóctona del pastel "Olas del Danubio azotadas por la tempestad en un borrascoso día de otoño a su paso por Baviera". Pero lo que tiene es chocolate y nata.Aunque ésta bonita sí que es:
Ingredientes:
Base:
- 50 gramos de avellana picada.
- 100 gramos de galletas de mantequilla o al gusto.
- 100 gramos de mantequilla.
Relleno:
- 250 gramos de queso mascarpone.
- 1 yogur griego
- 50 gramos de azúcar
- La pulpa de una vaina de vainilla.
- 2 cucharadas de zumo de limón.
- 500 gramos de frutos del bosque variados. Yo he empleado una mezcla de cerezas deshuesadas, de esas fresas chiquitas que hay a veces en el mercado y 2 latas de frutos del bosque del Mercadona. están con las latas de melocotón en almíbar.
- 1 sobre de gelatina de fresa.
- 1 cucharada de azúcar.
Para hacer la base, se tuesta la avellana picada en una sartén, con cuidado de que no se queme, y se trituran las galletas en la Thermomix o poniéndolas en la bolsa y dándoles una buena somanta con la mano del mortero. Mezclamos con la mantequilla, forramos con esta pasta la base de un molde redondo desmontable de unos 20 cm. y lo ponemos en la nevera.
Mientras se enfría, mezclamos el mascarpone con el yogur, el azúcar, la raspadura de la vainilla y el zumo de limón A mí me quedaba muy líquido y lo que hice fue coger seis hojas de gelatina, remojarlas cinco minutos, escurrirlas y batirlas con el preparado anterior. Ponemos esta crema sobre la base. Distribuimos las frutas por encima, si usáis las latas del Mercadona escurridlas muy bien, preparar la gelatina de fresa del modo que dice el envase y verter por encima de las frutas. Dejar la tarta en la nevera hasta que cuaje.
A la foto, como veis, le falta un trozo que retiré para que veáis cómo queda al corte. Mis hijos me hicieron el favor de comérselo, con gran sacrificio por su parte: les duró en el plato diez segundos escasos, incluyendo un cruce de improperios sobre el reparto de la porción, cual si fuera Polonia durante la Segunda Guerra Mundial. Angelitos...
Dicho esto, aclaro que La Cuchara Perversa también se va de vacaciones. Volveremos en septiembre, con más de todo. Os deseo a todos un mes tranquilo de siestas, cervecitas, noches agradables, y pocas preocupaciones.
Besitos y hasta la vuelta....
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