Buscar este blog

miércoles, 29 de octubre de 2014

CALDILLO DE PINTARROJA: QUÉ MALITA ESTOY.

Ya sabía yo que el veroño este de las narices que estamos padeciendo me iba a pasar factura con sus temperaturas extrañas. Voy por la calle y me voy sintiendo rara, pero rara de un modo que reconozco muy bien. Tengo unos cosquilleos y una rigidez muy molestos en el cuello y los hombros, y de un oído a otro me atraviesa un zumbido como el de una frecuencia de radio que no consigo sintonizar. El camino ante mí se hace inacabaaaaaable, y tengo un repentino y lacrimógeno sentimiento de que todo se confabula contra mí: la parada del autobús donde no encuentro asiento, la cartera que pesa como un mal marido, el sol, que me achicharra las orejas..... En definitiva, padezco un acceso de  fiebripollo en toda regla: ese estado en que no estás bien, pero no estás tan mala como para tener la legitimidad de meterte en la cama y sí lo suficiente para ir arrastrándote por las esquinas, fané y descangallada. Normalmente, se arregla con un poco de descanso y sopa, como la de la receta que traigo hoy. Enferma de verdad, de verdad, no me suelo poner nunca. Cuando era pequeña, más o menos por esta época del año, no era raro que alguna de mis mañanas comenzase con el siguiente diálogo:
- Mamáaa.
- Qué.
- Estoy mala. Me duele la barriga.
- Claro. Con el viaje de patatas fritas que te comiste anoche, lo raro es que no te doliese. Tómate una manzanilla.
- Tengo fiebre.
- A ver. (Salía a relucir el termómetro, árbitro de la cuestión) No. Tienes 37º. Al colegio.
- ¡Me duele la cabeza!
- Y a mí me duele el alma. Al colegio.
Ante tan inapelable argumento, no me quedaba otra que ponerme el uniforme y arrastrar los pies por el camino, pensando con amargura en lo implacable de la vida y en las patatas fritas, que me habían puesto el estómago al revés. Yo no comprendía qué tenía que ver el dolor del alma de mi madre con mis maluras. Ahora sí lo entiendo. Todo tiene que ver con todo, y mami lo que quería es quedarse tranquila en casa, sin una pelmaza quejicosa dándole vueltas alrededor. De todos modos, justo es decir que cuando el termómetro subía de 37º, así fuesen dos décimas, se me declaraba oficialmente enferma, se me cuidaba y se me permitía todo y yo no tenía más ocupación que leer todo el día y dormir lo que me diera la gana, hecha una marquesona. Ese es uno de los privilegios que se pierden con la infancia, porque nadie, nunca, y por mucho que te quiera, vuelve a cuidarte así.
Esta sopa tan malagueña, con su picante, sienta muy bien para esos días destemplados, aparte de ser sana y buenísima. Así que ahí os doy la receta, de la que podéis congelar perfectamente lo que sobre:
Ingredientes:
- 1/2 kg de pintarroja en trozos.
- 250 gramos de almejas
- 250 gramos de gambas.
- 1 cebolla
- 2 tomates o una lata pequeña de tomate triturado.
- Un puñado de almendras.
- Dos rebanadas de pan duro.
- Tres o cuatro dientes de ajo.
- Una rama de perejil.
- Una pastilla de caldo.
- Cuatro o cinco hebras de azafrán.
- Una cucharadita de pimentón.
- Dos guindillas secas.
- Aceite.
- Un chorro de vino blanco.
Poner un fondo de aceite en una cazuela y añadir la pintarroja. Picar la cebolla y los tomates y agregar. Añadir agua y poner a cocer a fuego medio unos 20 minutos. Cuando hayan pasado 15, ponemos las almejas y las gambas. Aparte, freímos el pan, las almendras, los ajos y el perejil, y lo pasamos por la batidora o Thermomix con un poco de agua, la pastilla de caldo, el azafrán, el pimentón y el vino.
Añadimos esta mezcla a la cazuela, con las dos guindillas. Dejamos cocer diez minutos más, pero no nos pasaremos de este tiempo porque los guisos de pescado no deben cocer más de media hora en total o empiezan a amargar. Dejamos enfriar y le quitamos el hueso central a los trozos de pintarroja y las cáscaras a las gambas, para dejar sólo la carne limpia, o dejar que cada comensal se las averigüe con los tropezones que le toquen. También es muy divertido reirse del pobre infeliz que se trague las guindillas y decirle: "Pero come pan, que el picor no se quita con el agua", así como propinarle sallvajes palmadas en la espalda para que no se ahogue...


De todas formas, y sopas aparte, me permito un pequeño consejo: si te pones malo, para. Aunque sea una tarde o un par de horas.  Mejor si lo consigues al menos un día. Apaga el móvil y declárate ausente. No se van a derrumbar los cimientos de la civilización. De hecho, el mundo puede funcionar muy bien sin ti, y seguirá estando ahí para cuando vuelvas. Te lo dice una ex superwoman, ya rehabilitada, desde la experiencia adquirida tras años de hacer el chorras por creerse, en su vanidad, insustituible.
Y, como ejemplo, me voy a mi sillón, a leer, con una mantita... Hasta más ver.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.