Algunas veces llega una algo mosqueada de la calle. Cuando has tenido un encuentro con un conocido/a de esos que, tras los "hombre, tiempo sin verte, tal...", te larga una coz, a menudo disimulada tras un previo pase de pecho elogioso: "Qué guapa estás, qué bien se te ve, ¿y esa mecha blanca tan estilosa que te has dejado, es nueva? oigghhh, qué original... yo nuuuuunca me atrevería" Y ya te quedas pensativa, ¿tanto tiempo hace que te pusiste el tinte?.... Y te vas mirando en todos los escaparates, y sí: llevas tres dedos de raíces blancas, que ni las de Cruella de Ville. Así que, verdad, es verdad, y ya te dejan la moral por los suelos. Con lo mona que tú te veías esa mañana.
Recuerdo un mensaje de Facebook de mi amiga Maribel: "A todo el mundo le encanta la sinceridad hasta que conocen a alguien que la practica". No puedo estar más de acuerdo: está claro que la sinceridad en términos absolutos está sobrevalorada, y, demasiadas veces, no es más que un pretexto para soltarte impunemente, (y generalmente con fruición) todo tipo de groserías. Así que Dios nos libre de la gente sincera. Todos nos hemos tropezado con ella alguna vez. Pero a ver si podéis superar esto:
Recuerdo cuando nació mi hijo el pequeño y vino a "cumplir", visitándome en el hospital, una señora, -por incluirla en el género de quienes caminamos en dos piernas-, allegada de mis padres. Apareció precedida por una bandeja de esos dulces XXL que ya no se ven por el mundo, y, nada más atravesar la puerta, dijo a voz en cuello:
-¡¡¡¡Qué barbaridad!!! ¡¡¡Qué GORDA te has quedado!!!No un "enhorabuena", o "qué niño más mono", o un mísero "hola". No, hijos míos: ella entró a matar, directamente.
Recuperada de la sorpresa inicial, conseguí contestar:
-Yo también me alegro de verte, Menganita. No sé si sabes que di a luz ayer, todavía no han hecho ni las veinticuatro horas.
-¡Qué tendrá que ver!- contestó. La muy arpía.- Mi hija en cuanto salió del quirófano, parecía que no había llevado niño. Y se levantó en cuanto llegó a la habitación, hija, que tanta cama, eso es para las flojas....
Y así se tiró un buen rato. Momentáneamente aturdida por el relato de semejantes alardes de mujeridad, me sentí muy culpable de no haberme cargado a mi bebé a las espaldas, al bajarme de la camilla del quirófano, con mi media docenica de puntos dados, y haberme ido a sembrar patatas al campo con un escardillo. Pero recuperé pronto la sensatez: yo estaba muy contenta con el nacimiento de mi niño y más bien me reí de la gratuita maldad de aquella mujer, que, eso sí, tuvo el detalle de marcharse pronto, y de dejarme los dulces, supongo que con la caritativa intención de verme aún más gorda. Cometí el error de contárselo a doña Pepa cuando vino a verme esa tarde. Sé que doña Pepa tuvo un posterior encuentro con la criticona. Volvió a salir a relucir el tema de lo gorda y lo hinchona que yo me había quedado y que su niña etcétera, etcétera. A lo cual madame Pepa le replicó que, claro, había que reconocer que para eso era una ventaja que su niña fuera canija, (¡bueno mujer, "finita"!), y esmirriadilla, así como un murciélago, (que es un poner) pero que las mujeres de verdad, (como "mi" Rocío) después de tener un niño, necesitan un poquito de tiempo para volver a su ser y que las cosas se recoloquen en su sitio. Cuando se tienen. Eso me lo contó ella y, conociéndola, yo la creí: mami no lanzaba flechas envenenadas, lanzaba troncos dialécticos enteros con la soltura de un recio leñador del Maine, descalabrando a su objetivo certeramente. Después de este intercambio de opiniones, la relación entre ambas señoras se volvió, por así decir, algo más distante que la de las dos potencias durante la Guerra Fría, y mi afrenta quedó vengada.
Bueno, pues hoy tocan legumbres en casa, que son muy buenas para equilibrar el chi y sacarse las malas energías de mi encuentro con mi conocida (¡bruja!). Así que a ello.Receta:
- 1 kg. de lentejas. Sí, todo eso. Yo lo hago así porque me sale al menos para tres o cuatro veces y se congela muy bien. Y me gustan más de las pequeñitas.
- Dos tomates maduros, un pimiento, una cebolla y cuatro o cinco ajos para el sofrito.
- Más ajos enteros, para poner aparte. Es que en casa somos muy de ajo.
- Un trozo de calabaza de unos 200 gramos o un calabacín.
- Dos zanahorias.
- Una cucharada de carne de pimiento choricero. No es imprescindible pero da muy buen sabor. Lo venden ya envasado así. En sustitución, se puede poner en el sofrito también un trozo de pimiento rojo, o incluso del piquillo de lata.
- Una rama de apio.
- Dos pastillas de caldo, o sal al gusto. Atención si el jamón está muy seco, porque entonces estará muy salado. En caso de duda, es mejor no poner nada hasta que hayamos probado cómo va a quedar el caldo.
- Una hoja de laurel.
- Un pellizco de pimienta, comino y clavo molido.
- Una cucharada de pimentón. Sin avaricia.
- Un chorro de vino blanco. Es el toque especial.
- Aceite.
- 250 gramos de taquitos de jamón, de buena calidad. Si se ponen más, tampoco es que pase nada.
Primero ponemos las lentejas en una cacerola, las cubrimos lo justo de agua y las ponemos al fuego. En cuanto hierve, se apaga, se cuelan y ya se pueden utilizar.
Hacemos el sofrito batiendo todos los ingredientes del mismo y poniéndolo en una sartén con un chorro de aceite unos quince minutos. O poniéndolo todo en la Thermomix diez minutos, temperatura 100º, vel. 5. La calabaza y las zanahorias las podemos poner también con el sofrito, si nos gusta todo triturado, o picado fino aparte, en el caldo.
Ponemos el sofrito y las otras verduras y los ajos adicionales en la cazuela, con las lentejas. Yo pongo la rama de apio entera, para retirarla después. Añadimos el laurel, la carne de pimiento choricero, las pastillas de caldo, el vino y las especias y ponemos a hervir a fuego medio. Aparte, ponemos los taquitos de jamón en una sartén y los doramos un poquito. Añadimos a las lentejas y dejamos cociendo unos 45 minutos, o hasta que veamos que las lentejas están tiernas y el caldo ha quedado trabado. Si vemos que está muy claro, podemos coger un cucharón de lentejas, pasarlo por la batidora y volverlo a añadir al caldo, para que esté más espeso.
Esta forma de guisar las lentejas no tiene la grasa de los potajes con embutidos y el vino le da un punto muy sabroso.
De todos modos, para cuando se hace un potaje y le vamos a poner chorizo y morcilla, una cosa que yo suelo hacer es cortar el embutido en rodajas y ponerlo a cocer en un cazo con agua antes de añadirlo al potaje. No se pierde sabor de modo perceptible, pero sí se desgrasa bastante. Que las arterias nos tienen que durar.
Otro modo de darle un punto diferente a las lentejas, que me dio un amigo recopilador de trucos de cocina, es el siguiente, por sorprendente y hasta poco apetitoso que parezca: Se guisan las lentejas como uno acostumbre pero le añade, para hacer el sofrito, aceite de freír el pescado, y una punta de cuchillo, sólo, de canela molida. Como lo oís. No sabe a pescado frito, sabe buenísimo. Hasta el punto de que habitualmente es así como yo lo hago. Sugiero, si no os atrevéis, que lo hagáis en una pequeña parte del guiso, y ya me contaréis. No es una quedada mía: aún no es 28 de diciembre y yo no gasto bromas con estas cosas.
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