Seguimos con los platos de guisoteo y sustancia, esos con los que te pones la medalla de cocinera recia y de provecho y nadie te replica. Además, aunque con altibajos, los días de frío aún continúan, y estas cosas apetecen bastante. Cuando me toca trabajar desde casa siempre ando con frío y procuro tener sopas calentitas y ropa abrigada y cómoda. Aunque hay que tener cuidado con estas cosas: uno tiene que estar presentable, por si aparece el cartero, o el notificador del Juzgado, o los testigos de Jehová, y a veces puede caerse en la tentación de confundir "abrigado y confortable" con "adefesio acolchado (bata/chaqueta de punto/jersey deforme/otros) para homeless". Reconozco que yo he de vigilarme en ese sentido, para mantener una cierta estética decente. Pero a veces es por pura distracción: saco lo primero que pillo del armario, con desiguales resultados, según el día. Con mi habitual despiste, de pequeña me pasó en alguna ocasión irme para el colegio en zapatillas. Gracias a que iba con Inma, mi prima y vecina, que estaba en la realidad del mundo y me decía:
-Niña, ¿dónde vas con eso? Ve y te cambias. ¡Digo!Y allá que me iba yo, con mis orejas gachas, a ponerme los zapatos. Fui un desastre desde siempre. Mi madre iba siempre por detrás de mí, arreglándome los pelos, poniéndome derecho el jersey y comentando:
-Para modelo que ibas tú. ¡Estás tú buena!
Porque, durante una (corta) etapa de mi vida, yo quería ser modelo. Debía tener unos ocho o nueve años, y un optimismo ciertamente conmovedor sobre cuáles serían mis hechuras el día de mañana. Y aunque desistí de la idea, cuando ya era más mayor, y para mi desdicha, mi madre me tomaba a mí como maniquí de pruebas los años que estuvo cosiendo vestidos para una tienda. Ahí empezaba mi tormento. Me subía encima de su cama y empezaba a cogerme alfileres, y con su precipitación y sus bullas, siempre terminaba pinchándome con ellos y con sus uñas, que llevaba larguísimas y pintadísimas, como las malas de los culebrones. Y yo protestaba:
-¡¡¡AYYYY!!!!!- ¡NIña! ¡No eres tú delicada ni nada! ¡Que te estés quieta!
- ¡Mamá! ¡Me estás pinchando!
-Cállate y no respires. (Y me cogía un pellizco) Hay que meter de aquí.
-¡¡¡¡AUUUU!!! Mamá, eso es "mi" cadera, no te la lleves.
-¡Bueno, hija! No se puede hacer nada contigo. ¡Que no te muevas!
Y allí estaba yo, hecha un San Sebastián, agujereada por todas partes. Como que con el tiempo tuve que aprender a escaquearme, si quería mantener mi pellejo de una pieza.
En fin, mi falta de glamour y de atención a los detalles en la vestimenta es proverbial. Hace poco, pasé por una tienda y vi un pijama de ésos de una pieza, que se han visto mucho este año. Muy calentito, gris, con un estampado de ovejitas muy entrañable. Así que lo cogí y me lo llevé. Cuando llegué a casa y me lo probé, vi que tenía capucha.
Y orejas.
Forradas de peluche rosa.
Cuando bajé al salón, mi marido y mis hijos se tiraban al suelo de risa. En el fondo son buenos: si me hubieran hecho una foto y la hubieran colgado en nuestros grupos de Whattsapp, me hubieran podido extorsionar con lo que les hubiera dado la gana. A todo esto, el pijama es comodísimo, y me puedo dar por contenta, que me han dicho que los hay con rabo y todo. Pero sólo me lo pongo cuando en casa hay alguien más que pueda salir a atender la puerta. Ahí no me cogerán. Os lo juro.
Así que el estilo para quien lo quiera, y la cocina, para mí.
Receta:
- 1/2 gallina
- Un trozo de jarrete de ternera
- Un trozo de codillo
- Un trozo de tocino entreverado
- Un hueso de jamón
- Dos chorizos
- Dos morcillas
- Un trozo de jamón, procurando que no sea demasiado curado.
- 1/4 de garbanzos remojados (yo hago la trampa y los pongo de bote)
- 300- 400 gramos de repollo en dos o tres trozos.
- Un puerro
- Un manojo de apio
- Dos o tres patatas
- 1/4 judías verdes troceadas.No, no las lleva, pero a mí me encantan.
- Sal.
Poner todo a cocer a fuego reposado unas tres horas o hasta que los garbanzos estén tiernos. Probar y rectificar de sal al final, porque el hueso y el jamón ya lo salará de por sí.
Los garbanzos es mejor meterlos en una malla, yo no lo hice y luego tuve que estar como una mona rescatándolos por todas partes.
Se sirve cociendo unos fideos muy finos en el caldo, poniéndole garbanzos, y sirviéndose luego cada uno la verdura y la carne aparte. Yo le suelo poner limón a la verdura y hacer un puré con la que sobra, y al cocido le pongo bastante carne para aprovecharla después, con la que quede haré una empanada o las clásicas croquetas, a demanda del personal. Por cierto, el caldo me salió algo más oscuro porque la morcilla se me deshizo enteriiiiita. Pero, a pesar de ello, o con ayuda de ello, está maravilloso...
No me diréis que no está bonito y apañado, servido en los restos de la vajilla buena de mi madre, que rescaté de su casa, y que ha servido para tantas y tantas celebraciones, y espero que sirva aún para bastantes más, aunque se haya quedado desparejada.....¡Hay tantos pretextos!
Feliz fin de mes, hermanos.....
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.