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miércoles, 10 de junio de 2015

EL ESTOFADO DE CASA. Y las peripecias de la Rubia del Valle.

Los días de estofado en casa para comer ya sabíamos que las aguas estaban calmadas y la bonanza predominaba en el hogar. Porque el estofado era un plato que mi madre hacía cuando estaba de buenas y se entretenía en preparar algo elaborado. El humor de mami era algo incierto, así que por casa dábamos gracias a Dios por los días de anticiclón y los disfrutábamos mientras duraban. Esos días, cuando subía por la escalera, empezaba a sentir un olor celestial y la voz de mi madre, cantando "Luna de España" o la "Zarzamora". Mamá cantaba muy bien. Tenía un chorro de voz que ríete tú de las trompetas que derribaron los muros de Jericó. La potencia de las cuerdas vocales de mami te podía sentar de culo. Cuando me mandaba a hacer recados, yo la temía con toda justicia, porque cuando ya salía por la puerta empezaba a hacerme añadidos, a un volumen cada vez mayor:
- Ah, y no te olvides también de una docena de huevos.
- Y TOMATES.
- AH, y pásate por la carnicería, a por medio kilo de chuletas.
Y para cuando ya estaba por la punta de la calle, habíamos llegado a:
-¡¡¡ROCIOOOOO!!! ¡¡¡Y DILE A LA LADRONA ÉSA DE LA FRUTERIA QUE NO ME DÉ MÁS ESAS MANDARINAS TAN MALAS, QUE LAS TUVE QUE TIRAR!!!
La frutería en cuestión estaba muy, muy cerca de casa. Posiblemente, se enteraba la frutera sin necesidad de intermediarios. Y ya puestos, todo el barrio. Mi madre debió ser en otra vida muecín de la mezquita mayor. A veces,alguna vecina reciente se asomaba bastante alarmada:
-¿¿¿Pero qué pasa???
A lo que otra vecina, menos reciente, le contestaba:
-Naaaada, mujer. Pepita, que ha mandado a la niña a la compra.
Yo corría por la calle, perseguida por la estentórea e implacable voz, queriéndome morir de la vergüenza. Toda la gente con la que me cruzaba miraba hacia arriba, pensando qué habría hecho yo para merecer semejante floreo. Mi adolescencia estuvo llena de momentos de escarnio. Si iba paseando con doña Pepa y nos encontrábamos con alguna amiga a la que hacía tiempo que no veía, me zarandeaba delante de ella y le berreaba:
-¡¡¡ MIRA QUÉ NIÑA MÁS GUAPA TENGO!!! ¡¡¡NIÑA, SALUDA, QUE ESTÁS "CUAJÁ"!!!
Me sentía como un melón cuyas excelencias estuvieran pregonando en el mercado. Además, de modo muy injustificado, porque a mis catorce años yo era francamente feúcha y llevaba unas gafas de culo de vaso que daban miedo. Pero ya sabemos, amigos, que nada hay más ciego que el amor maternal.....
Bueno, pues el caso es que uno de los días que mi madre andaba copleando por la casa, uno de mis sobrinos, que entonces era muy pequeño, le dijo:
- Yaya, tú cantas muy bien. ¿Por qué no te dedicas a ser artista?
Y doña Pepa le contestó muy seria al nieto:
- Uyyyy, pero si yo cantaba, vida mía.  Anda, pues no tenía yo fama ni nada. Actuaba en los teatros y la gente venía de todas partes a escucharme. Mi nombre artístico era la Rubia del Valle, pero un día vino tu abuelo a verme , se enamoró de mí y me retiró de los escenarios, así que ahora sólo canto para la familia.  Así que ya lo sabes. Tu abuela era una cantante de postín.
Los angelitos abrían cada ojo de par en par: ¡eran los nietos de la legendaria Rubia del Valle y ellos sin saberlo!
Yo le decía:
- Mamá, hay que ver las bolas que les cuentas a los niños. Que se las tragan hasta el fondo.
Y ella me contestaba:
-¿Y qué malo tiene? Pues podía haber sido verdad, como es mentira. ¡Digo!
Y seguía tarareando, la mar de feliz, como si no hubiera roto un plato. Y preparando su maravilloso estofado, asociado ya para siempre a momentos de felicidad doméstica. Siempre me vuelven estos recuerdos al prepararlo....  cosa que suelo hacer cuando estoy de buen humor. Claro.
Ingredientes:
.-1 kg. de magro o pierna de cerdo.
- Dos tomates
- Una cebolla.
- Media cabeza de ajos.
- 1/2 kg. guisantes
- Un paquete de corazones de alcachofa. Si las ponéis frescas, es ya para nota.
- 1/2 kg. de champiñones
- Dos zanahorias.
- Aceite.
- Sal y pimienta. En vez de sal, se puede poner un cubito de caldo.
- Pimentón
- Una hoja de laurel
- Un vaso de vino blanco.
- Un par de clavos de especia
- Un buen viaje de patatas fritas. Imprescindible.

Cortamos la carne en trozos y la pulimos, eliminando las grasillas y las partes que tú no te comerías. La salteamos en un fondo de aceite. Añadimos todos los otros ingredientes y a cocer a fuego suave al menos hora y media, o hasta que se veamos que la salsa se reduce. Sacamos la cebolla y los tomates, los pasamos por la batidora y volvemos a añadir esta salsa. Añadimos las patatas y a disfrutar.
Como todos los guisos, mucho más rico hecho de un día para otro.



En fin, un plato no garantiza la felicidad. Pero puede proporcionar un sucedáneo bastante aceptable.
Feliz resto de semana a todos...

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