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miércoles, 8 de julio de 2015

CREMA FRIA DE PIMIENTOS DEL PIQUILLO

¿Calor? Nooooooo, hombre. Si ya lo dice el budismo: todo está en la mente. No os quejéis del calor, vidas mías: ignoradlo educadamente. ¿O no os habíais dado cuenta? Por cada "¡qué calor!", "no lo soporto", "pues verás cuando se haga de noche y no puedas pegar ojo", la sensación térmica sube entre uno y dos grados. Sin embargo, no puede negarse que ésa es una de las circunstancias  que hacen tus días más incómodos. Como cuando se atasca la impresora, no encuentras las llaves y se te cae de la encimera (boca abajo, por descontado) un cuenco entero lleno de ensaladilla rusa. Sí. Son esos días en que los planetas se alinean en tu contra y se suceden una concatenación de pequeñas catástrofes que terminan haciéndote desear amargamente haberte quedado esta mañana a remojo en la bañera de tu casa, feliz como un garbanzo. Hace un par de días tuve uno así. Tenía que llegar al juzgado a una hora determinada. Son las nueve de la mañana y animosamente preparo mi cartera, mis papelitos, mis bolis y mi carnet de colegiada, y me echo a la calle. Las chicharras cantan. Las nubes se levantan. La humedad ambiental es del 400% y con un poquito de imaginación y considerables dosis de buena voluntad me puedo imaginar que estoy en la vieja Habana. Puedo oír literalmente cómo se me riza al pelo a cada minuto que pasa, a despecho de la media hora de secador que le he dedicado.  Continúo caminando y voy notando una sensación extraña en el pie izquierdo,  del que surge una especie de "flop, flop", casi inaudible. Al principio. Luego voy pegando unos chancletazos indecentes. Me paro y me miro: he pinchado. Se me ha despegado la suela de la sandalia casi enterita. Intento seguir caminando con precaución: los transeúntes me miran. Tomo conciencia de que, para empezar, estoy ofreciendo una imitación bastante aceptable de Chiquito de la Calzada. Ya estoy bastante lejos de casa y pienso en qué puedo hacer. Tengo que estar en el Juzgado en cuarenta y cinco minutos, para lo cual tengo que bajar al centro y coger el autobús. Por suerte, me encuentro en medio del barrio, en plena civilización, donde en teoría hay varias posibles soluciones. Pero el zapatero del barrio está todavía cerrado, así todas las tiendas. Excepto un bazar chino muy pequeñito que tengo en la acera de enfrente. Mi salvación. Llevo unos pantalones bastante largos y anchos, así que si me compro unas discretas zapatillas de lona es posible que nadie repare en lo que llevo en los pies. En esa esperanza, entro al chino. Me remiten al fondo de un oscuro pasillo, ("sapato allí"), donde, además de que puede salir en cualquier momento Lon Chaney transformado en hombre lobo,  encuentro el siguiente surtido de calzado:
1) Chanclas de la playa en diversos tonos flúor, con o sin flor de plástico, a elegir, con el logo Sun Beech (sic) También las hay masculinas, de tira, con el escudo del Málaga.
Mejor no.
2) Zapatos beige viejunos de tira detrás, en material altamente inflamable,  incrustados de brillantitos de colores. Mis pies gimen sólo de verlos. No puedo hacerles esto. Imposible.
3) Zapatillas informes de lona, de un color turquesa susceptible de causar una crisis epiléptica. Números treinta y ocho y treinta y nueve. El mío es un siete.
4) Choniplataformas en rojo y nude, del mismo material ecológicamente insostenible, y tacón de una altura para ver las procesiones sin balcón la próxima Semana Santa. Ni muerta.
A estas alturas del inventario tengo la suela de la sandalia en la mano. Es increíble lo vulnerable que te puede hacer una circunstancia tan tonta como quedarte sin un zapato. Ya que no me queda otro remedio, me llevo las zapatillas turquesa, que son lo más inofensivo del surtido. Una de ellas se me sale constantemente, y termino chancleteando de nuevo, y de un modo lamentable, aunque por suerte la suela es de goma y no se oye. Estoy para que me aborden los reporteros del SUR para hacerme una foto y comentario de mi estilismo, de ésos que salen en la sección de moda y estilo de los domingos: Encontramos a esta madura, si bien estilosa, abogada malagueña, con un fit urbano con toque casual proporcionado por unas atrevidas alpargatas ¿de dónde dijiste que eran? (No te lo dije. De hecho, no te lo diré ni bajo tortura...) Salgo de mi ensoñación y de algún modo remato la mañana sin mayores percances, aunque cojeando como John Silver, y al llegar a casa tiro las malditas zapatillas donde no vuelva a verlas nunca más.
Gracias a Dios, ya tenía hecha, y fresquita de la nevera, esta crema de primer plato, que tuvo la virtud de mitigar mi desesperación
Ingredientes:
-1 lata de pimientos del piquillo
-1/2 pimiento rojo natural
-1 cebolla
-1 tomate
- Un puñado de almendras
-Un litro de agua (o leche; o leche Ideal; o mitad leche y mitad nata)
-Un puñado generoso de almendras (si no se pone leche o nata)
-Un cubito de caldo.
-Pimienta y aceite.
-Una cucharadita de azúcar.
Se trocean y saltean en un fondo de aceite la cebolla, el trozo de pimiento natural y el tomate. Se añaden las almendras y el agua o la leche, los pimientos del piquillo escurridos, el cubito de caldo, la pimienta y el azúcar y se pone todo a cocer unos 15 minutos. Se tritura muy bien en la batidora, se pasa por el chino y se deja enfriar en la nevera. Se pueden añadir picatostes de pan o trozos de queso fresco y un hilito de aceite de oliva.
En la Thermomix: Se pone la cebolla, el tomate y el pimiento en temperatura Varoma, 5 minutos, vel. 4. Se añade el resto de los ingredientes y se programa 15 minutos, temperatura 100º, vel. 8. Se deja enfriar en la nevera y se le añaden al servir los picatostes, los tacos de queso fresco o lo que nuestra malsana imaginación nos sugiera.

Y a descansar. Otro día más tachado en el calendario. Ya queda menos......

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