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miércoles, 16 de septiembre de 2015

TOMATE FRITO COMO DIOS MANDA.

Los amigos de simplificar sus vidas me van a odiar. Es más: los amigos en general me van a odiar también. Todos queremos hacernos la vida más fácil y ahora viene Doña Bienhecha y os dice que hay que preparar tomate frito natural. Pero lo dice por vuestro bien. Porque no tiene nada, pero que nada, que ver con el que podemos hacer con tomate triturado de lata. Y no me digno ni a hablar del que viene ya frito, ese que sirve para manchar indeleblemente la ropa. Especialmente si la prenda en cuestión es el blanquísimo polo de uniforme de tu hijo, y no tienes de respuesto....
Todos los meses de septiembre me sobreviene un ataque de celo culinario evangelizador tan intenso como efímero, y me pongo a hacer cosas como ésta, aprovechando que aún hay buenos tomates, porque cualquier plato que prepare con esta salsa me da nota para estudiar la carrera que yo quiera. Os lo juro por mi salud.
Esta salsa la puede hacer cualquiera cuyo coeficiente intelectual le permita atarse solo los zapatos, pero resulta un poco más entretenida que cuando fríes el triturado de lata, por lo que merece la pena hacer una buena cantidad y tenerlo congelado para dos o tres veces. La receta no pertenece al acervo culinario de mi casa:  en aquellos pizpiretos años 60 mamá era un ama de casa moderna y ye-yé, y digamos que no entraba dentro de sus prioridades tirarse un rato friendo tomates, con lo bueno que estaba el que salía del bote. Un aciago mediodía, mamá nos puso en la mesa a papá y a mí un plato de arroz a la cubana, con su moldecito de arroz hecho con la flanera y su huevo frito. Todo ello nadando en una  procelosa marea roja,  de consistencia extrañamente líquida. Yo miré el plato. Papá miró el plato. Luego miró a mamá, señalando el  desdichado plato con un dedo bíblico:
-Pepita, ¿qué es esto?
Y doña Pepa que contesta, con mucha dulzura y paciencia:
-Es arroz a la cubana, Joaquín. Con huevo frito. Lo he hecho montones de veces. ¿Qué le pasa?
-Este tomate está malo, Pepita. O eso o tú no lo has frito.
-No, Joaquín. No lo he frito. Lo ha frito Starlux. Como siempre. Y tú te lo tomas siempre con media barra de viena. Ahora qué, ¿que tampoco te gusta?
Papá se levantó, ultrajado, cogió su plátano de postre y su trozo de pan, y se salió de la cocina entre varios improperios al plato ("esto qué va a ser Starlux"), perseguido por la frase materna de rigor ("más ligero estás"). Yo escurrí aquel líquido abominable en el fregadero.
-¡¡Ahora dime tú también que está malo!!.
-Nonono.... si lo demás está bueno- dije, cobardemente. Y me comí el resto, al que el liquidillo había dejado cierto regusto ácido: no quería sufrir el eficaz chantaje emocional del hambre mundial y mi desperdicio de comida, tan corriente en la mayoría de las casas de entonces. Aunque lo cierto es que a mí eso me lo tenían que decir muy pocas veces. Yo no solía contribuir activamente al desperdicio de comida alguna. De hecho, devoraba yo sola un porcentaje nada desdeñable del PIB de casa. Comía como un sabañón. Ese día, cuando papá se fue a abrir la tienda, cabreado y mal comido, mamá sacó el bote de tomate de la basura y se sentó en la cocina riéndose por lo bajini:
-Con razón estaba malo... esto no es tomate frito. Es sopa de tomate. Y está agria como el veneno....
El tema se quedó ahí. Pero el siguiente día que nos tocó comer tomate frito, mamá le sacó a papá a la mesa, con un floreo muy historiado, un bote de Starlux:
-Para que luego digas que te doy gato por liebre, rey de España. Que tienes una lengua que es un zapato....
Papá se la tuvo que envainar. Y yo, que siempre fui prudente, guardé la ley siciliana de la omertà, aunque escandalizada hasta el alma por la desfachatez materna. Claro que yo entonces era bastante infeliz, todo hay que decirlo. Seguí comiendo el tomate frito industrial toda mi vida de adulta, hasta que probé el que hace mi suegra y cuyo recuerdo suscita en mi marido ataques de atroz melancolía. De manera que lo sigo preparando de vez en cuando, a mi estilo, y todos estamos contentos. Vosotros también, si os animáis. El tomate frito casero es un eficaz lubricante de las relaciones familiares. Ahí va mi fórmula:
Ingredientes:
-Tomates a cascoporro. Que vienen a ser de kilo y medio en adelante. Yo los recomiendo de rama. Son más dulces y además, la rama huele muy bien.
-Una pastilla de caldo.
-Una cucharada de azúcar (para el kilo y medio) Yo pongo fructosa. Por aquello del bajo índice glucémico.
-Unas cuantas hojas de albahaca fresca, a ser posible de la de hoja grande. Si no hay material fresco, se admiten hierbas provenzales secas como animal de compañía, anda. Una cucharadita.
-Una cebolla.
-Un fondo de aceite.
La primera y más petarda tarea es pelar los tomates, porque te pones perdido. Esto lo podemos hacer directamente pelando con el cuchillo o escaldándolos en una olla con agua caliente, con un corte en cruz en salva sea la parte, para a continuación refrescarlos y sacarles la piel a tiras. Este paso da un gusto tremendo hacerlo, no sé por qué. Una vez tenemos todos los tomates pelados, se trituran en la Thermomix o con el brazo de la batidora. Puede salir un puré bastante acuoso, pero no cometáis la herejía de colarlo, porque la gracia de esto es que se evapore el líquido lentamente. Hacedme caso alguna vez.
Picamos la cebolla en cuadritos y la salteamos en el fondo de aceite, previamente depositado en una cacerola de tamaño adecuado, dejándola pochar despacio, y que no se nos queme. Cuando  la cebolla se haya avenido a razones, podemos empezar a poner el tomate, la pastilla de caldo desmenuzada y los hierbajos, muy picaditos si son frescos y tal cual si salen del bote. Añadimos la cucharada de azúcar y removemos. Ahora se trata de poner un fuego ni muy fuerte ni muy flojo, y dejar que la salsa se vaya concentrando poquito a poco, desarrollando el dulzor natural del tomate, ayudado por la cebolla y el azúcar. De vez en cuando vamos removiendo, comprobando que hace chup-chup y que no se está churruscando por debajo. Y mientras, podemos redactar un recurso contencioso-administrativo o, si hay suerte, lo cual no suele ser mi caso, leer un libro. Lo idóneo es que se reduzca al menos a un tercio del volumen inicial. No sé decir el tiempo que tarda, sinceramente, pero si partimos del kilo y medio nunca va a ser menos de una hora. Se guarda en la nevera, hasta que se utilice como acompañamiento idóneo a una pasta, unas patatas fritas o lo que la fantasía de cada uno le dicte. Incluyendo la de coger la barra de pan y entrar a saco, como ha ocurrido en varias ocasiones en mi cocina
Después del affaire de la sopa de tomate le pedí a mamá por Dios y los santos que se pusiera las gafas para ir a la compra, pero no hubo manera: siguió saliendo a comprar cegata perdida, pero, eso sí,  guapísima y estupenda de la muerte.

La recomiendo encarecidamente. Te hace saltar las lágrimas......



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