De jovencita, este era el tipo de plato que yo no podía soportar. Eran los años en que llegó a España -tarde, como en todo- la nouvelle cuisine y todo tenía que ser muy pequeñito en un plato muy grande y llevar mucha salsa de nata. Los platazos de abuela no molaban. Entonces yo tenía para algunas cosas un gusto muy primitivo: no sabía apreciar un plato de cuchara, un buen vino, ni un chocolate negro en estado puro. Y como ocurre cuando eres joven, adoraba u odiaba sin términos medios. Eran aquellos locos 80. Para nosotros U2, Simple Minds, Depeche Mode... eran Dios. Y el demonio eran el heavy metal (esos cavernícolas infumables), el espanto del rockabilly (¡¡¡puajjj!!!), o, vituperio y escarnio, el funky pachanguero (vomito directamente en la papelera) Y es que en mi ambiente éramos muy exquisitos. Eramos los mods, los new romantic y los afines, -no podemos ocultar nuestro pasado- que íbamos a la discoteca Max todos los viernes por la tarde y fiestas de guardar. Cuando mi madre me veía salir, me decía:
-¿Qué? ¿Ya te vas con los modernos?-Sí, mamá.
-Pues anda que te va a lucir el pelo para sacar novio, con lo raritos que son esa gente, hija. Los niños no son ni carne ni pescado, con esos pantalones de pescar coquinas, y las niñas dan susto de ver.¿Tú es que no puedes ir con gente normal?
-Que noooooo. Adiós.
Mami tenía razón en tres cosas:
1) Eramos muy raritos (aunque yo particularmente algo menos) Nuestro modelo de elegancia femenina era Morticia Addams. Nos poníamos polvos de arroz, para borrar cualquier vestigio de aspecto saludable. La gama de maquillajes en morados y negros hacía furor. Y llevábamos hombreras como para poder sacar en solitario al Cristo de Mena, sin legionarios y sin cabra. Hombreras hasta en el pijama. Desde aquellos años no he vuelto a usar unas. También había que tener el pelo de punta, y como entonces disponíamos de menos surtido de productos capilares que ahora, a veces nos poníamos agua con azúcar a modo de fijador, e íbamos por la calle, la mar de estilosas, perseguidas por un ejército de moscas. Y tan´felices, oye.
2) Los pantalones de los niños servían, efectivamente, para pescar coquinas, según eran de estrechos y cortos. Con cinturones de pinchos y rematados por botines, a ser posible. Si las puntas de éstos llegaban a la pared de enfrente, entonces triunfabas.
3) Y no, no me iba a sacar novio. En ese ambiente, no. Estuve viernes y viernes bailando junto a un montón de gente con la que nunca crucé una palabra. Aquello era tan blanco como ir de ejercicios espirituales: mucho ejercicio, de bailar dos o tres horas, de beber bastante poco, porque estábamos tiesos, y de ligar, ná de ná. Mostrar algún interés por el otro sexo era algo muy plebeyo y poco sofisticado. Así que el tema, en lo que respecta a ese particular, era más soso que jugar al parchís. Y a pesar de todo eso, y aunque no lo creáis, yo me lo pasaba de maravilla. Después de todo, sí resulta que voy a ser rara.
Muchos años después, se casó mi amiga Maribel, y a la celebración empezó a llegar la gente muy vestidita para la ocasión. Gente que yo no conocía de nada, con un aspecto bastante conservador en algunos casos. Ellas, con sus mechas rubias y sus perlas; ellos, con sus barriguillas y sus trajes de cristianar. Yo hablaba con unas amigas, que iban comentando:
-Mira, ahí están el Batidora y el Moderno. Y aquella es la Condesa... (porque yo no sabía cómo se llamaba nadie, éramos más de motes)¿El Batidora? ¿El Moderno? ¿La Condesa?
¡Venga ya!.
¿En serio?
Aquella gente tan modosita y corriente eran "ellos", mis correligionarios siniestros de aquellos años. Resulta que con aquellas sombras de ojos moradas y aquellos labios berenjena de entonces yo no sabía cómo eran sus caras de verdad. Y sus caras de verdad eran como las de todo el mundo: caras de agente de seguros o de funcionaria de Hacienda. Esa fue la primera vez que me di cuenta de que la juventud había pasado hacía mucho. Pero.....después del almuerzo, empezó la música, "aquella" música, la nuestra. Y toda aquella gente de mediana edad se lanzó a bailar salvajemente. Como entonces. Y les reconocí, uno por uno. Y los años transcurridos se borraron de golpe....
Con el tiempo he descubierto que las cosas buenas están en todas partes. Que hay heavy metal muy bueno. Que te ríes mucho bailando funky. Que llega un momento en que te gusta Raphael, y "La flor de la canela", y los guisos de tu madre. Y que hacerse viejo era esto: perder unas cosas, y recuperar otras.
Eso sí, nadie me quitará nunca a Golpes Bajos. Concluyo el revival con banda sonora incluida:Y después de los malos tiempos para la lírica, vienen los buenos tiempos para la prosa, para el plato de casa recuperado. Contundente y de calidad, como el Highway to Hell.... qué temazo. ¿Quién decía que el heavy metal no le gustaba?
Ingredientes:
- 1/2 kg. de garbanzos remojados o de bote.
-Un trozo de col
-300 gramos de judias verdes.
-Un trozo de jamón.
-Dos chorizos
-Un trozo de morcilla.
-Sal o un cubito de caldo.
-Pimienta, pimentón y comino.
-Una hoja de laurel.
-Aceite.
-Un tomate, una cebolla y un pimiento.
-Tres o cuatro dientes de ajo.
-Un trozo de calabaza.
-Una zanahoria.
-Un trozo de alga kombu. La venden en la herboristería y yo la tengo para las legumbres, porque hace que se pongan tiernas antes y además añade minerales.
Ponemos en un cazo los chorizos y la morcilla cortados en trozos y los ponemos a hervir unos diez minutos. De este modo pierden buena parte de la grasa sin restar sabor. Escurrimos y apartamos.
Hacemos un sofrito con el tomate pelado y troceado, la cebolla, el pimiento y los ajos, rehogando todo troceado en un buen fondo de aceite y pasando por la batidora. En Thermomix, ponemos 5 minutos, vel. 5, a 100º.
Troceamos la col y la zanahoria y picamos las judías verdes, quitando los posibles hilos.
Ponemos en una cacerola grande los garbanzos y añadimos el sofrito, el embutido cocido, el jamón troceado, la calabaza, la zanahoria y las judías verdes y añadimos agua que cubra todo bastante. Se añade un pellizco de pimienta, una cucharada de pimentón y media de comino. También ponemos el laurel y la tira de alga kombu, que retiraremos al final.
Ponemos al fuego fuerte y cuando rompa a hervir lo bajamos a fuego medio y lo dejaremos de dos a tres horas, hasta que los garbanzos estén tiernos, removiendo de vez en cuando. Si vemos que va faltando agua, es importante que la que añadamos sea caliente. La sal se pone al final, cuando ya hemos apagado o en la ultima media hora, porque si no los garbanzos se quedan duros.
Tiene que quedar espesito más que aguachirri. Los potajes claros son de tener muy mala "pipa", según afirmaba doña Pepa.Y he aquí un remedio estupendo para la nostalgia, según he podido comprobar.
Feliz semana a todos.
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