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miércoles, 2 de diciembre de 2015

PASTEL VASCO HEREDADO

Ocho y medio de la tarde, víspera de juicio cañero. Tengo las neuronas completamente gelatinizadas: se me caen a puñados. Ordeno mi documentación y la "chuleta" para la vista. El día ha sido muy largo y lo primero que he hecho, al levantarme es echar en falta el móvil. Sé que está en casa porque lo utilicé anoche, y mi último recuerdo de él es haberlo visto cargando. Pero ya no está. Interrogo a mis hijos, lo cual no tiene demasiada utilidad a efectos prácticos, porque nunca ven nada. No verían ni a un elefante irrumpiendo en el salón cuando estuvieran viendo la tele, así que menos iban a ver una insignificancia como el móvil de su madre. Pongo la casa al revés y encuentro varias monedas, dos bolígrafos, un pendiente que perdí hace dos meses, una púa de guitarra, una cáscara de plátano y lo que alguna vez fue un tenedor, o eso creo, a juzgar por su estado de conservación; pero del móvil, ni rastro. Al parecer se ha desintegrado en el éter, lo cual refuerza mi idea de que mi espacio doméstico es un pavoroso agujero negro y cualquier día me abducirá a mí también y escupirá después los huesecillos. Rendida a la evidencia, tras varias horas de búsqueda, me acerco a la tienda más cercana de mi compañía para que me den un duplicado de la SIM y si no aparece el móvil me pueda comprar un terminal; pero la chica que (des)atiende, me indica de modo bastante displicente que para eso tengo que llamar al teléfono de atención, y que tardaría uno o dos días en llegarme.
-¿¿¿Cómo??? ¿Que tengo que llamar a ese teléfono donde no te atienden NUNCA, y esperar dos días? Es el teléfono de mi trabajo, ¿Cómo es que no me podéis dar un duplicado aquí, si en otras compañías sí te lo hacen?.
La sonrisa, por así decir, de mi interlocutora se hace más afilada. Su silencio es elocuente.("Jódete")  Me voy despotricando y hablando sola, ante la divertida mirada de dos o tres clientes. Sí, reíros. Ya os tocará y entonces me reiré yo. Arrieritos somos. De la telefonía móvil nadie sale indemne.  Llego a casa y, qué remedio, llamo al dichoso número de cuatro dígitos. Después de aguantar varias risueñas grabaciones de ofertas y descuentos, con mucho jijí-jajá de fondo, y una musiquilla desquiciante, me pasan con lo que aparentemente es un operador humano. Que lo primero que hace es preguntarme si quiero un móvil nuevo o una tablet nueva o una tarifa más apañadica, porque la  que tengo es una birria. Tú pide por esa boca, vida mía. Le contesto que lo que quiero con desesperación es una tarjeta SIM, y que si cree que me la podrá proporcionar. Tras pensarlo brevemente, me manda a otra extensión, donde aguanto otra dosis de ni-ni-ni-ninini..., de ofertas y de promesas, hasta que me dicen que si quiero Promociones Empresas, pulse uno. Que si quiero información sobre otras promociones, pulse dos. Que si quiero informar de una avería, pulse tres. Lo que quiero en este momento es cortarle a alguien la yugular y pulso cuatro. Lamentablemente es una opción que no está contemplada. Y en el cuatro no atiende nadie, por suerte para él. Gracias por utilizar nuestros servicios. ¿Qué servicios ni servicios, so capulla? Así que vuelvo a llamar. Vuelta a la música, a las promociones, etc, etc. Consigo que me pongan con un operador medio dormido, que me asegura que me mandará la tarjeta y que no me anularán la anterior hasta que no reciba la nueva, por si aparece el móvil. Hombre, alguien me dice algo coherente. Respiro y cuelgo. Lo cierto es que estar sin móvil te proporciona una extraña y agradable sensación de ingravidez. Paso la tarde trabajando sin nadie que me interrumpa, ni me dé la tabarra. Qué bien me sienta esto. Por la noche mi marido abre el congelador para sacar los bollos de los bocadillos de los niños y allí´está mi móvil, angelico. Congelado como Ötzi, el hombre de los Alpes, y tieso como un bacalao. No tengo ni la más remota idea de cómo ha llegado hasta allí, para suicidarse por hipotermia  Lo someto al consabido tratamiento del arroz para quitarle las humedades, y al día siguiente lo enciendo sin muchas esperanzas. El móvil está fuera de peligro, pero la tarjeta SIM, que no me iban a anular hasta que yo recibiese la nueva, no funciona. No me importa. No me importa nada. Tengo la coartada perfecta para cualquier llamante frustrado. Se me perdió el móvil. De todos modos  tengo el fijo, para urgencias. Además he terminado el juicio cañero, tengo unos días de descanso y soy profundamente feliz. De verdad. Perded el móvil de vez en cuando. Es genial. Me siento tan bien que hasta me voy a merendar un trozo de este pastel tan bueno. No sé el motivo de que sea un pastel vasco "heredado". Pero yo lo hice y aseguro que sí que merece la pena heredar la receta. Me la mandó Inma, y es del blog Jaleo en la cocina. Además es fácil, fácil.
Ingredientes:
-150 gramos de mantequlla en pomada
-130 gramos de harina
-220 gramos de azúcar
-3 huevos
-625 ml. de leche.
Canela molida.
-Azúcar glas.
Precalentar el horno a 200º.
Engrasar y enharinar un molde redondo que no sea desmontable. Mezclar bien la mantequilla y el azúcar. Añadir los huevos uno a uno y batir. Mezclar la leche y la harina hasta integrar.
Hornear una hora o hasta que al pinchar por el centro salga limpio.
Dejar enfriar dentro del molde.
Desmoldar y espolvorear con el azúcar y la canela.
Servir frío.
Voy a instaurar el Cellphone-Free-Day . Definitivamente creo que es otra de las buenas costumbres que voy a adoptar a partir de este momento....
Namasté y feliz semana.

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