Nunca consigo entender cómo nos las arreglamos, pero de nuevo hemos sobrevivido, de algún modo, al primer round de la Grande Bouffe Navideña. Hemos salido (casi) indemnes de la sopa de rape, la carne mechada y niveles de turrón en plasma sanguíneo incompatibles con la vida. Incluso hemos formado parte, de nuevo, de la aglomeración de cincuenta personas, todas ellas parientes cercanos, en tan pocos metros cuadrados como las gallinas que crían en baterías. Sí. Esas a las que les liman los picos. (¿Por qué demonios se me habrá venido esa imagen a la cabeza?) Y, a pesar del estrés causado por el hacinamiento, hasta donde yo sé, todos los presentes hemos salido de allí conservando intactos nuestros respectivos dos ojos. Es un milagro anual que me devuelve verdaderamente la fe en la raza humana. Luego vuelves a casa, deseando poder subirte a una rama para hacer la digestión durante semanas, como una pitón arborícola, y que nadie vuelva a hablarte nunca más, sobre todo si es para contarte algún chiste. Pero nunca te das tanto tiempo. Al día siguiente tuve todavía otra comida, pero era de amigos, mucho más relajada e inofensiva, aunque no desde el punto de vista gastronómico. Esa es la comida en la que afirmas con toda buena fe: "hoy sólo me pediré una ensaladita". Y te tomas la ensaladita. Y la morcillita de Burgos, y el pimientito del piquillo, y el solomillito de segundo, y el postrecito, y hasta las servilletitas, si no te las retiran a tiempo los camareros. Todo ello, claro, regado con el correspondiente vinito y las subsiguientes copitas. Y todas las amigas te cuentan cómo ha sido su cena de Nochebuena y se lo pasan pipa poniendo a parir a los suegros, al hermano jeta y a la cuñada con cara de vinagre. Los cuñados, especialmente, son un tópico muy socorrido. ¿Qué haríamos sin ellos? Pero no voy a seguir por ahí: todavía no soy tan vieja como para poder decir lo que quiera y alegar en mi descargo que no me he tomado la medicación, aunque todo ha de llegar. Además, no olvidemos que ser cuñado es una condición que va en ambas direcciones: si los tienes, es porque tú también lo eres. Así que hagamos un honesto examen de conciencia, y quien en estas señaladas fechas esté libre de momentos de cuñadez, que arroje el primer borrachuelo. Lo dicen las Escrituras. O algo así.
Volviendo a mis amigas quejosas, en ese Momento Chupito de la sobremesa tan dado a debatir sobre lo divino y lo humano, aunque ya algo piripis, nos preguntábamos lo siguiente:
-Si el trajín de la Navidad no nos gusta a nadie, ¿porqué nos metemos en él?
Pues porque todos lo esperan de ti. Pero, yendo más allá, uno podría pensar que asiste a las reuniones porque supone que los otros esperan que vaya, y quizás los otros van porque creen que "tú" esperas que vayan "ellos". Y luego resulta que todos van, cuando, en realidad, nadie quería ir. Y todos los años hacemos lo mismo, porque es lo que toca. Y nos metemos en aglomeraciones humanas a gastarnos lo que no tenemos y a ir a donde no nos apetece y a encontrarnos con gente que no nos interesa. Y a todo eso, queridos amigos, le liamos veinte metros de bombillas de colores y lo llamamos Navidad y hay gente que afirma que le gusta. El otro día, cuando me estaba cambiando en el vestuario del yoga, irrumpió una compañera de esterilla, derrapando y con cuatrocientas bolsas colgando de los brazos, a todas luces necesitada de una sesión doble de oooommmmmm:
-¡Ay, que creí que no llegaba! Hola. Felices fiestas. ¡Qué bonito está el centro, con las luces y con todos los niños paseando, está todo precioso! ¡Me encanta el ambiente!
-Vaya. Parece que lo disfrutas.
-Uy, sí, sí. En mi casa disfrutamos la Navidad muchísimo-muchísimo. He estado media hora en la cola de el Corte Inglés para recoger los juguetes de los nietos, que se habían agotado y los he tenido que encargar. Y el sábado tengo a cenar a veinticinco personas, y no encuentro una cola de rape en condiciones en Málaga así la pague a millón. Es que todavía no sé ni lo que voy a poner de segundo, ay que estrés. ¡Ay, todo lo que me queda por hacer! ¡Y encima trabajo! ¡Pero es que en mi casa nos encanta la Navidad!
Anda ¿No les va a encantar? A los que rodean a esta santa, por lo menos. Si tienes quién te guise, quién te compre los regalos, quien te ponga la mesa y quien te friegue, ya te puede gustar. Yo lo tengo decidido: este año aún no he reunido valor suficiente para ir en contra de las convenciones, pero el que viene, me declaro en huelga de pavo relleno caído y me voy a pasar quince días de ejercicios espirituales a un spa, como si fuera una señora. Palabra de Cuchara Perversa.
Por eso, como estoy rebelde, hoy voy a poner una receta que no es de Navidad. Fresca, diferente y ligera:
-250 gramos pasta filo
-3 naranjas y media
-Canela en polvo
-1 cucharada sopera de agua de azahar
-3 huevos
-170 gramos de yogur griego
- 90 gramos de aceite de oliva.
-160 gramos de azúcar
-Una cucharadita de levadura
-Una cucharada sopera de miel
-150 gramos de agua.
Precalentamos el horno a 180º.
Preparamos un jarabe con el agua, el zumo de una naranja y su ralladura, la miel y la canela, calentando todo en un cazo hasta llevar a ebullición. Dejamos hervir diez minutos, añadimos el agua de azahar, apartamos y reservamos.
Ponemos en un molde toda la pasta filo rota en pedazos, hasta cubrir el fondo. Batimos en un cuenco los huevos, el zumo de dos naranjas, el aceite, el yogur, el azúcar y la levadura. Vertemos esta mezcla sobre la pasta filo en el molde y ponemos por encima el resto de las naranjas, peladas y en gajos, cuidando de quitar toda la parte blanca para que no amargue.
Matemos el molde en el horno durante 40-50 minutos, hasta que esté cuajada. Al sacar, bañamos con el jarabe reservado.
Tiene un pequeño inconveniente: es complicada de desmoldar porque se rompe, así que hay que ir sacando cada ración una por una. Por eso la imagen de la foto está en bruto y parece una pizza ladeada. Cosas del directo. Pero rica, está riquísima.
Resistamos, amigos. Hemos pasado el día Cena Familiar a Cinco Asaltos: ya sólo nos queda por pasar el Día Feliz Cebollón Fin de Año, el Día Concierto de Año Nuevo en Estado Cataléptico, y el día Oh-Qué-Bonito con mascletá final de roscón.
Y después.... como El Lute, seremos libres.
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