Me he pasado un fin de semana entero descuajeringada, aunque, como siempre, a vuestra disposición. para lo que gustéis mandar. Estas son las cosas que le pasan a una por exceso de entusiasmo. Sabéis que empecé a practicar yoga hace seis meses. Y me he enganchado de tal manera que, con el característico fervor de los conversos a un nuevo credo, me he dedicado, no sólo a practicar y a leer sobre el tema, sino a explorar otras variantes. Y ya he descubierto, a costa de mis coyunturas, porqué dicen eso de que los experimentos se hacen con gaseosa. En mi centro de yoga anunciaron un taller de yoga aéreo. Pues ahí va la Rocío: ¿quién dijo miedo? El yoga aéreo se hace básicamente como el normal, pero, como su nombre indica, se practica suspendido en el aire, utilizando como soporte una especie de U de tela que se cuelga de la barra del techo, y a partir de ahí te subes y vas haciendo las asanas. Pan comido. Total, que llego yo vestidita para la ocasión, la mar de torera, nos presentan a los monitores, hacemos nuestro ooooommmmmmm y nuestras cosas previas, y todas a su respectiva U. De mi edad, había otra mujer que tenía una hernia, la pobre; todas las demás eran chicas jóvenes que no llegaban a los treinta. Y delgadas y ágiles. Dicho sea de paso. Pero bueno, que ya estás mayor para compararte con nadie, y empiezas. Más o menos fácil, todo muy bien. Asanas a mí.
Yo creo que todo empezó a torcerse cuando se nos indicó que nos agarrásemos de los dos extremos de la U, para sostenernos por las manos. Todas las demás se agarraban divinamente, debían de tener las palmas de las manos forradas de velcro; o eso, o me perdí algún paso intermedio. Porque la dichosa tela de la U era muuuuuuy resbalosa. Todas las demás estaban muy derechas y muy bien cogidas de sus dos palitos de la U. Servidora de ustedes se iba chorrando sin remedio para abajo, tan graciosamente como una oruga que se desliza por un hierbajo. La monitora (también joven/delgada/ágil) creyó arreglar el asunto, advirtiéndome, de un modo innecesario, desde mi punto de vista:
- Se tiene usted que agarrar "fuerte".
A lo que yo contestaba:
-Me agarro todo lo "fuerte" que puedo, hija mía. A ver si tienes narices de sacarme el puñado de tela de las manos, pero esto se resbala que da gusto. Reina.
A partir de ese momento, todo fue, literalmente, cuesta abajo. E incluso cabeza abajo. Porque, cuando nos decían: "saca el pie/mano por allí", resulta que la traidora U tenía "hectáreas" de tela, plegada engañosamente, como para hacer una tienda beduina del tamaño del Palacio de Congresos. Y la mano o el pie en cuestión, que después de tanta cantidad de trapo no sabías si era tuyo o de la vecina, se te liaban sin remedio en la telica de las narices. Madre, qué fatiga. Cuando por fin logré sacar un pie, aquello empezó a girar y a girar, enroscándose y aprisionándome dentro como si la que suscribe fuera un cartuchito de avellanas. Los dos monitores se tiraron unos buenos cinco minutos para sacarme de allí; la verdad es que yo no colaboraba mucho, porque a esas alturas lloraba de risa. A partir de ese momento, mientras las chicas jóvenes/ delgadas/ ágiles componían en sus respectivas U unas figuras dignas del Circo del Sol, (mal rayo las parta), a mí me decían, hablándome despacito, como hacen los jóvenes con las personas a las que consideran con pierna y media en la tumba.
-Bueno..... Estoooo, usted, mejor, sólo respire en la postura sentada normal. A ver si deja usted de liarla, buena mujer.
Porque de más está decir que me trataron, a partir de ese momento, como si estuviera totalmente gagá, eso sí, con mucho cariño, y también cierta prevención. A ver si se nos esbarata la señora. Como cura de humildad, fue fabulosa. Pero vamos, que tampoco os creáis que fui la única que hizo el gasto: hubo dos o tres memorables culazos, protagonizado por dos o tres de las jóvenes y ágiles chicas de las posturitas, y debo decir, aunque no me siento orgullosa de ello, que un poquito sí me alegré. Nadie está libre de ruines sentimientos. Lo cierto es que las posturas costaban muchísimo más trabajo que en el suelo, porque no tienes que luchar sólo con tu propio cuerpo, sino también con la dichosa hamaca resbaladiza de veinte metros cuadrados suspendida en el aire. La verdad, que yo no le veía el chiste por ninguna parte. Esto del yoga aéreo lo debió inventar alguien con la mente muy retorcida, para diversión de los espectadores. De mi profesora habitual, que estaba allí de oyente, puedo decir que disfrutó de lo lindo. Le salían lagrimones de diversión como puños. Al final nos pusieron a relajarnos en la U con la tela completamente abierta. La relajación es el mejor momento de la clase en circunstancias normales, pero envuelta en aquellos pliegues, parecía que estaba dentro de un ataúd, o que era un murciélago colgando cabeza abajo en la cueva; y como que daba yuyu. Pero como todo llega en esta vida, llegó el fin del dichoso taller. Y la monitora me dijo en tono de conmiseración:
-Ha venido un poquito largo ¿verdad?
Me callé el primer intranscriptible comentario que me vino a la mente y sólo le dije
-Y ancho también, bonica. Me ha venido grande por todos lados.
Los días posteriores, como digo, estuve hecha una alcayata. Mismamente un click de Famobil. Me dolían las piernas. Me dolían los brazos. Me dolía la columna. Me dolían el pelo y las pestañas. Os juro que sí. Esto de darte de narices con tus propios límites físicos resulta francamente humillante. Eso sí, mi yoga terrestre no hay quien me lo quite.
Encontré la receta de estas barritas en el libro "Hygge. La receta de la felicidad", de Marie Tourell Soderberg, que es un libro bastante agradable de hojear, aunque, desde mi punto de vista, sobre el disfrute de las cosas que tenemos no tienen mucho que enseñarnos los daneses, y lo digo con todo respeto. El resultado es bastante parecido a los Snickers de verdad, aunque no tiene azúcares añadidos ni guarrerías sintéticas, excepto el extracto de vainilla. Está muy rico y hace las veces de barritas energéticas. En general, es un chute rápido bastante efectivo. Y, por lo que tengo comprobado, no le va nada mal a los músculos quejosos...
Ingredientes:
-Para la base:
-250 gramos de almendras.
- 150 gramos de pasas.
- 4 dátiles deshuesados.
Para el caramelo:
- 16 dátiles deshuesados.
- 2 cucharadas de aceite. Yo he puesto de oliva: la receta dice aceite de coco. Me niego por diversos motivos.
- Una pizca de vainilla en polvo, yo he puesto unas gotas de extracto líquido.
- Dos cucharadas de agua hirviendo.
Para el final:
- 80 gramos de cacahuetes salados troceados.
- 150 gramos de chocolate negro (70% cacao)
Para hacer la base, se trituran las almendras en un robot de cocina hasta que adquieran una textura fina. Reservar. Procesar los dátiles y las pasas hasta que formen una pasta homogénea. Incorporar las almendras y procesar todo junto. Poner esta masa entre dos láminas de papel vegetal y estirar con el rodillo hasta hacer un cuadrado de 1 cm. de grosor.
Para hacer el caramelo, (y, sí, lo parece de verdad) mezclamos los dátiles, el aceite, la vainilla y el agua en una batidora hasta obtener una masa uniforme y parecida al caramelo. Tiene que colgar de una cuchara pero sin gotear. Si es demasiado líquida, meter un rato en la nevera, donde solidificará.
Extendemos este caramelo por encima del cuadrado de la base, al que habremos lógicamente quitado el papel. Esparcimos por encima trozos de cacahuete, fundimos el chocolate al baño maría y lo vertemos por encima de todo. Dejamos que se enfríe el chocolate, cortamos la mezcla en cuadrados y los guardamos en la nevera.
Así que ahí los dejo. En cuanto a mí, creo que se me han acabado para una larga temporada las veleidades acrobáticas. Lo cierto es que hice un ridículo muy divertido. Hacer el ridículo de vez en cuando, y ser consciente de ello, es muy sano para el espíritu. Incluso diría que es higiénico. Pero a partir de ahora, para mí se ha escrito aquello de "Dios mío, qué buena es la tierra".
Feliz semana a todos.
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