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miércoles, 5 de septiembre de 2018

PAPAS CON COSTILLAS ESTILO CANARIO. O volver con la frente marchita.

Un primero de septiembre más, o en este caso día tres que es lo mismo, que me sorprende abriendo mi agenda y tratando de recordar a quién narices corresponden los nombres que tengo anotados cuyos asuntos debo tratar, y abriendo correos de los que no tengo ni la más pajolera idea de quién es el remitente. Esta feliz desmemoria es prueba de haber desconectado realmente, pero dura muy poco y la realidad se encarga en seguida de bajarla a una de la nube sin contemplaciones. Se acabó lo bueno, querida. Hace mucho tiempo que he renunciado a fingir que volver al curro tras la vacaciones es chupiguay de la muerte.  No es como cuando iba al colegio, adonde sí que me gustaba volver siempre. El primer curso que estuve recuerdo que tenía una señorita con una larga y lisa melena y todas las pelotas de la clase (sí, a los cuatro años también se apuntan maneras) se apiñaban a su alrededor para tocarle el pelo y hacerle trencitas hasta que tanto sobo y resobo te daba ganas de vomitar.  Me acuerdo de que me dieron una flor grande dibujada en una cartulina y un alfiler y me pusieron a recortarla haciendo agujeritos, lo cual desde luego era un tostonazo de campeonato, pero entrenabas la psicomotricidad fina y de paso a la seño le daba un rato de tranquilidad entre trencita y trencita; (sospecho que éste era el verdadero motivo; qué paciencia tenía la criatura).  De todos modos, salvo por aquella otra mujer espantosa que se empeñó, y consiguió, obligarme a escribir  con la mano derecha, no padecí demasiado en poder de las monjas. A diferencia de mi marido, sin ir más lejos. Con cinco años, le llevaron al colegio del Monte, (donde muchos años más tarde se vieron obligados a  intentar civilizar a mis dos mastuerzos, con discretos resultados), en parvulitos, que era cuando admitían a los niños antes de ir a los Maristas o al colegio correspondiente de niños. Le tocó una monja que encontraba que su modo de pronunciar la "ll" era muy deficiente,  (el angelito pasó sus primeros tres años de vida en el pueblo, cuyos naturales no destacaban por la sutileza de su dicción) así que se le ocurrió la luminosa idea de imitar a Demóstenes, que siendo tartamudo o en todo caso padeciendo un defecto grave en el habla, se entrenó metiéndose piedras en la boca al hablar para aprender a tener una pronunciación correcta, hasta el punto de convertirse en un famoso orador.  Tan insigne pedagoga le mandó a la pobre criatura que cada día se trajera un puñadito de lentejas de su casa para pronunciar la dichosa "ll" con ellas en la boca, con lo cual todos los días terminaba tragándose las lentejas con un cabreo impresionante, pobrecito mío. (Es de suponer que a Demóstenes no le pasaría igual con las piedras, porque entonces el asunto hubiera terminado muy malamente). Eso sí, la "ll" la pronuncia hoy día tal que si fuera de Valladolid, y se expresa con más que mediana soltura, sobre todo cuando me discute. De modo que el método es eficaz, aunque poco aconsejable de llevar a cabo en nuestros tiempos, porque el que lo intentase poner en práctica con algún niño terminaría con la Fiscalía abriéndole unas diligencias por maltrato en el ámbito familiar en concurso con vejaciones injustas. Cómo hemos cambiado, Señor. Como he leído hace poco no recuerdo en dónde, la mía es la generación más pringada de la historia: de pequeño te mandaban tus padres y de mayores te mandan tus hijos. Así que cuidadito con emplear las lentejas fuera del potaje.
Con el inicio del nuevo curso, llega también el habitual arranque de virtud y propósito de enmienda que calculo me durará de aquí al lunes que viene, y con él la vuelta a los guisos con fundamento, que me dura más tiempo. Reconozco que parte de la culpa de estos ataques furibundos de culinaria es de los hermanos Torres, una de cuyas receta he anotado, guisado y refiero a continuación, porque suelo estar por el gimnasio a la hora de su programa y lo veo en la tele de la cinta de correr, único modo de hacer más entretenido y llevadero el trámite  Y al ver algunas de las recetas, al salir corro al Mercadona de al lado, donde ya me tienen en alta estima, y me traigo todo lo preciso para replicarlas. La verdad es que me gustan mucho las recetas de los Torres, que son muy buenos cocineros, aunque de maneras un tanto repijas, y aunque se empeñen en afirmar a cada momento que tal o cual ingrediente le dan un "rollo" especial a los guisos o que esto o lo otro está brutaaaaal. En fin, meros defectillos de forma que no comprometen el resultado. Como a todas las recetas que fusilo, le doy mi punto particular. Esta sale muy rica y sustanciosa y por alguna razón, ayuda con eficacia a remontar la melancolía de la vuelta. Así que ahí va:
Ingredientes:
-1/2 kilo de costilla carnosa, ternera o cerdo. Ver abajo el tratamiento previo. O pasar de él por completo. Igual va a estar bueno.
-Dos o tres patatas grandes.
-Una mazorca de maíz. Yo puse una lata.
-Un tomate grande maduro o una lata pequeña del triturado.
-Una cebolla.
-Un cubito de Avecrem.
-Un chorro de vino blanco.
-Una guindilla
-Dos o tres cucharadas de mojo verde (viene la receta en mi entrada de mojos canarios)
-Aceite.
La costilla que se utiliza para esto es salada, pero la que tenemos aquí y usamos para el cocido yo la encuentro salada en exceso. Los Torres buscan un efecto similar poniendo la costilla durante dos horas en un recipiente con dos partes de sal por una de azúcar y un espolvoreo de orégano y dejándolo así un par de horas. Luego enjuagan y cocinan normalmente. Yo la dejé toda la noche. No queda demasiado salado y seca un poco la carne,  lo cual le da la textura deseada.
Ponemos en una cazuela un fondo de aceite y doramos la costilla cortada en trozos. Sacamos y reservamos. En el mismo aceite freimos el tomate, triturándolo previamente si es natural o de la lata directamente, con la cebolla troceada. Luego sacamos y trituramos el sofrito. Añadimos las costillas, las patatas peladas y chascadas en trozos y el resto de los ingredientes menos el mojo. Dejamos cocer hasta que las patatas estén tiernas y luego añadimos el mojo. Rico, nutritivo y muy de comidita casera y para tomarnos la vuelta con resignación más o menos cristiana. (todavía me ando secando las lagrimillas)

Feliz reentrée para todos..........

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