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domingo, 2 de diciembre de 2018

TIAN DE VERDURAS

Esta mañana mi santo y yo, antes de salir a dar un paseo, hemos ido a cumplir con nuestro deber ciudadano de emitir voto. En la puerta había unos periodistas de no me fijé qué medio grabando a un señor de la Cruz Roja que estaba por allí, y me temo que, por mucho que intentamos evitarlo, hemos salido como extras. Nunca he sido de esa gente que se pone detrás de la persona a la que están entrevistando a hacer el gesto de los cuernos, a saludar con la mano, o, en cualquier caso, a ponerse en ridículo todo lo posible. De hecho, no me gusta nada que me graben, aunque no siempre he podido esquivarlo. Una vez me pararon por calle Granada, haciéndome un placaje micrófono en ristre, para preguntarme qué me parecía la "nueva ley de las hipotecas" Esto era cuando empezó el boom de reclamaciones judiciales por cláusulas suelo. En ese momento salió por mis fauces la niña repipi que fui y que nunca me ha abandonado del todo, contestándole a la amable reportera que no existía tal cosa. Esto pareció dejarla por un momento fuera de juego. ¿COMO no iba a existir una cosa de la que hablaba todo el mundo? ¿COMO me atrevía a cuestionar un topicazo reduccionista de rabiosa actualidad?  La cuestión es que la (ya algo menos) amable reportera se rehizo rápidamente para replicarme a su vez, con un tonillo condescendiente y desde la superioridad de sus escasos treinta años, que "por supuesto" que existía la dichosa nueva ley de las hipotecas, pero que quizá yo, en la niebla mental provocada por un más que evidente estado de menopausia galopante, estaba ya un tanto fuera del mundo y no me había enterado. Aunque no me lo dijo exactamente así, claro. Entonces le contesté, desde el sopor de mi avanzada edad, que la ley hipotecaria era la misma que teníamos antes, aunque con varias reformas, y que lo que había cambiado era el criterio de los tribunales sobre las cláusulas abusivas y en concreto las cláusulas suelo. Mirándome con muchísimo asco, me dijo que era suficiente y que muchas gracias, quizá saliera en el programa tal de la cadena cual, tras lo cual me dio la espalda para buscar a otro entrevistando menos aguafiestas que yo. Por supuesto, no me sacaron en el programa, cosa que me divirtió un montón. Hubo otra vez en que nos sorprendieron al santo y a mí en el interior de una librería, y nos preguntaron por nuestras preferencias literarias. San Marido, que para estos temas es más rápìdo de reflejos que yo por haberse criado al por mayor en una numerosa tribu curtida en el noble arte del escaqueo, me dio un empujón y me puso en primera línea de cámara, quitándose el marrón de encima sin contemplaciones. Que conteste la señora, que es muy leída. Esa todavía se la guardo. Yo iba para el yoga, con una sudadera algo dada de sí, una cara de la que a esa hora se había volatilizado la capa de chapa y pintura matinal, amén de unos pelos inenarrables, y no me quedó otra que farfullar algo sobre las cosas que había leído últimamente, siendo incapaz de reunir valor para pedir que a ver si me podían photoshopear un poco, por caridad. En definitiva, que salí del paso como pude, pensando que tampoco me sacarían. Y resulta que me sacaron. Me vieron las compis del yoga. Me vieron varios compis del Juzgado. Me vio muuuucha gente conocida. Estas cosas no se le hacen a personas de mi edad. Por lo menos cuando tengo vista en el Juzgado, que se graban ahora todas, voy con la bata de cola de mi profesión, que todo lo tapa, aunque esto no siempre es suficiente. De hecho, una vez que iba con bastante prisa, me dieron en el toguero una toga a voleo, y cuando me la puse para entrar a sala descubrí, demasiado tarde, que me habían dado una de talla XXXXXXXXXL, que los hombros me quedaban casi por el codo y que me sobraba cuarto y mitad de mangas, así que su señoría tenía a su izquierda al fiscal y a la acusación particular muy arregladitos, y a su derecha a Mudito, el de Blancanieves, perdón, a la letrada de la defensa, que no hacía más que intentar arremangarse desesperadamente para que las hectáreas de tela no le tapasen el guión del alegato, lo cual indudablemente deslució su intervención. Y luego está esa otra vez que habían encerado demasiado bien el estrado y las ruedecitas de la silla me jugaron una mala pasada, ya que la misma salió despedida, conmigo encima, hasta que el representante del Ministerio Fiscal  me cazó al vuelo antes de que me partiese la crisma al salirme de la tarima elevada y me convirtiera en tortilla de acusación particular. Sí, fue humillante, porque, sí, (de más está decirlo), también me grabaron. Está claro que la pantalla no es lo mío....
Y, como siempre, tras la batallita, va la receta. Hoy tenemos un plato rico y sano que hice hace muy poco, y que además es muy sencillito:
Ingredientes:
-Una berenjena
-Un calabacín grande
-Una cebolla
-Tres tomates rojos pero firmes
-Unas cucharadas de salsa de tomate
-Aceite
-Sal
-2-3 dientes de ajo picados
-Una cucharadita de tomillo
-Una cucharadita de orégano.
Precalentamos el horno a 180º. Vamos laminando finas todas las verduras en rodajas. Las berenjenas las dejaremos en un bol con sal una media hora para que suelten lo amargo.Cogemos un molde apto para horno de unos 22-24 centímetros de diámetro. Yo lo hice en la cazuela de barro y quedó muy bien. Mezclamos en un bol los ajos muy picados, un chorro de aceite, la sal, el tomillo y el orégano.
Ponemos la salsa de tomate que cubra el fondo del molde. Y ahora se trata de ir poniendo intercaladas todas las láminas de verduras de canto formando una espiral, apretando bien para que queden derechas. Una vez lograda la espiral, removemos el contenido del bol del aceite y lo vamos poniendo por encima de las verduras. Metemos al horno aproximadamente una hora. Y listo.

Feliz semana a todos, mis queridos y sufridos contertulios...

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