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miércoles, 25 de mayo de 2016

MAGRO DE CASARABONELA. Qué mala es la calor.

Me cogéis arreglando mi patio, para inaugurar la temporada. Ya he sacado bolsas de hojas secas para rellenar un colchón. Riego las plantas, pues algunas incluso están vivas,  y me pregunto porqué a todas las macetas que planto les da por echar unos rabos larguísimos y  vagamente amenazadores. Me acuerdo de un cuento de H.P. Lovecraft sobre unas verduras malignas que siembran el terror en una tranquila localidad de la Costa Oeste norteamericana.  No os riáis, que el cuento da mucho miedo. Siento en el cuello el aliento abrasador del verano,  ahí agazapado, esperando para lanzarse sobre nosotros.  Sales a la calle y es el tema del día:
-Ojúúú. Qué calor.
-Qué calor hace.
-Qué veranito nos espera.
-Vaya terralazoooo.....
Cada vez que escucho uno de esos comentarios me siento como si la temperatura ambiental subiese dos grados. ¿Porqué la gente no puede hacer como que no se da cuenta? Igual que cuando alguien lleva bajada la cremallera del pantalón y todo el mundo lo ignora educadamente, para después hacer suculentos chistes con fruición. Pero en privado.
Este año me he rendido a la evidencia de que necesito aire acondicionado en los dormitorios. Cuando vino el técnico y entró en el cuarto de mi hijo el pequeño, empezó a hacer esos ruiditos característicos que ya he oído en otras ocasiones y que nunca presagian nada bueno:
-Uggghhhh. Brrrrrrmmmmghhhhh. Mmmmmm.....
- Si.... bueeeeno.- dije yo, hacíéndome la simpática.- Perdón por el desorden (eufemismo por "perdón por hacerle entrar en esta zahúrda infecta sin mascarilla") Los niños, ya sabe,  jejeje...
- No, no, señora. No es problema. El problema es la reja de la ventana.
-¿La reja?
-Sí. Hay que quitarla. Desde abajo no se puede, porque la altura es muy grande, y no hay más remedio que instalar la máquina desde dentro. Y no, nosotros no lo hacemos. Y tiene que estar hecho antes, como usted comprenderá...
Mira que da gusto encontrarte con gente que te facilita las cosas. El técnico se fue, con la resignada promesa de que quitaríamos la reja. Nuestro cuñado Emilio vino y nos la quitó. En España hay que tener un cuñado, o varios, si quieres hacer algo en la vida. Qué apañado eres, cuñado. Vales por siete Potosíes, y no sólo porque midas dos metros. Te debo una muy gorda. Más tarde, me asomé a la habitación y casi me da un paro cardíaco cuando vi medio cuerpo de mi hijo mirándome desde "fuera" de la ventana, como los vampiros que flotaban de "El misterio de Salem´s Lot".
-¡¡¡AAARGHHHHH!!!! ¡¡¡NIÑOOOO!!! ¡¡¡QUITATE DE AHI AHORA MISMOOOO!!!
Se había subido al tejadillo que hay bajo su ventana, a un piso de distancia del duro suelo del patio, y allí estaba, tomando el fresco. El muy capullo.
-Mamááá. Que no pasa náááá. He querido hacer "esto" desde que era pequeño....
Ya os digo que cualquier día me matan de un susto, como a los gorriones, que tengo el corazón muy chico. Por lo demás, aquí estamos, esperando a que vengan ya y nos instalen, y por lo menos se pueda dormir a partir del mes que viene.
Y eso que esta casa no es demasiado calurosa. Me acuerdo de mi casa de antes, la de calle Malasaña. Era un bloque de tres pisos que se edificó sobre el solar de la casa mata de mi abuela, donde los promotores eran los de la familia. En mi barrio de la Trinidad es muy frecuente ese tipo de construcción de "tós achuchaos y así mamá no se queda sola". Aquel bloque se hizo en los años 70, cuando lo de las normas de la edificación, y no digamos el comfort de los habitantes, sonaba a bandoneón porteño. Siempre tengo al arquitecto diseñador del proyecto, cuyo nombre ha caído en un piadoso olvido, presente en mis oraciones. Para pedirle a Satanás que le confine al más subterráneo de sus infiernos por toda la eternidad. Como favor personal.  Por supuesto,  en el bloque no había ascensor.  En ese tiempo nadie se planteaba que vivir tuviera que ser cómodo.  No digo que fuera mejor, pero, desde luego, la limitación de opciones hacía que la vida fuera más simple. Y quemabas más calorías, que tampoco está mal.  El aislamiento era nefasto, tirando a inexistente.  Nosotros vivíamos en el tercer piso y oscilábamos entre el calor de la sartén de Pedro Botero en verano y la gelidez del panteón de los Capuleto en invierno, pasando por alguna que otra gotera en cuanto llovía más de cuarenta y cinco minutos. Subíamos a la azotea a achichicharrarnos al sol,  porque lo cool en esos años era lucir color de ladrillo, como la hija de Toro Sentado. Eso sí, protegidas por el potingue que mami y mi hermana se hacían en la farmacia, con textura de mayonesa, cuyo filtro solar era por oclusión: la piel no se te veía al través.  No sé cómo no nos dio nunca un golpe de calor que nos dejara tontas para siempre (¿o sí?...)  La temperatura era, literalmente, incompatible con la vida. Ni un triste tabarro se veía, y pronto comprendimos todos que mejor no nos molestáramos en poner ni una maceta de adorno, para que los vecinos de al lado no nos denunciasen por maltrato vegetal. Por eso, a los pocos años,  mis padres compraron el piso del Rincón de la Victoria. En esos venturosos tiempos, y hasta no hace tanto, cuando ibas por la carretera pequeña y llegabas a la playa del Chanquete, ya notabas el cambio del aire y cómo refrescaba. Y doy fe de que incluso te echabas una colcha para dormir. Y se veían las estrellas.  Lo cierto es que, cuando ya llegaban estas fechas, en mi casa no se podía parar de calor. No era raro que me asomase al salón, que era la estancia relativamente más fresca, y me encontrase a doña Pepa tumbada en el suelo, haciendo un aspa con piernas y brazos, como si esperase el advenimiento de una nave espacial que la abdujera.
-Mamá. ¿Qué haces?
-Es que no puedo, nena. No se puede estar en ninguna parte. Y tu padre echado en "esa" salita (orientada al oeste), encima de "ese" sofá ( tapizado de un terciopelo sintético que amenazaba con entrar en combustión espontánea en cuanto lo mirabas un minuto) ¡y "tapado" con una sábana de "nailon"! ¡Me pongo mala sólo de mirarle!
Era cierto.  A papi el calor le sentaba estupendamente, mientras que a mamá la ponía a morir. Era una incompatibilidad añadida: la de sus respectivos termostatos corporales. Por descontado, entonces no era habitual instalar aire acondicionado, eso era de las películas americanas a ojos de la mayoría de la gente, por aquel entonces. Y, siempre, a ojos de mi prudente padre, al que cualquier gasto innecesario arrancaba lágrimas negras de los ojos, y que además disfrutaba de la canícula igual que un lagarto tizón. Como un extraordinario, teníamos ventilador. Uno. Que normalmente usaba mi madre. Los hijos, que entonces estábamos en el peldaño más bajo de la cadena jerárquica, ajo y agua de la ducha. Aun sueño con aquella habitación. Tengo pesadillas en las que me hago un charquito en el suelo y me voy filtrando por el suelo. No lo olvidaré jamás.
Lo único que puede ayudarte a sobrevivir, llegado a este punto, es ralentizar todos tus procesos orgánicos e intelectuales, y, en general, hacerlo todo más despacio de lo acostumbrado. Si consigues volverte un poco lerdo, eso que tienes ganado. El aquí y ahora. Y aquí, y ahora, en mi cocina se está haciendo un plato de mi pueblo político que está francamente rico y que es muy facilito de hacer: 
-Un kilo de magro de cerdo. Yo he usado puntas de solomillo, por aquello de que tiene menos grasa.
-Seis o siete pimientos verdes.
-Un par de tomates maduros.
-Una pastilla de caldo.
-Vino blanco.
-Aceite.
-Una pizca de pimienta molida.
Se limpia la carne y se pone a sofreír en un fondo de aceite. Se añade agua que la cubra un poco y un chorro de vino. Se rallan y añaden los tomates. Se lavan los pimientos y se cortan en tiras, procurando quitarle las costillas blancas que puedan tener por dentro, y se añaden. Se desmenuza la pastilla de caldo y se echa, junto con la pimienta. Se deja cocer todo hasta que se quede prácticamente en el aceite y se sienta el impulso irresistible de meter dentro una barra de pan. Ese es el punto ideal.

Suele maridar bastante bien con un tintito con Casera y una siesta para descansar esa tonturria tan agradable que te entra. Nunca hemos de desaprovechar la ocasión de hacer una pausa. El mundo seguirá estando ahí, esperándonos con paciencia, como un implacable cobrador del frac.  Y mientras tanto, le sacamos una silla, que somos gente considerada, y le decimos:
-No tardo nada ¿eh? En lo que echo en hacer unos mandados y vuelvo.....,
Feliz semana.... y bienvenidos al verano. Qué remedio....

miércoles, 18 de mayo de 2016

BIZCOCHO DE MOSCATEL. O una breve crónica de la edad del pavo.

El sábado pasado de la Noche en Blanco fui a una visita guiada a mi antiguo instituto. El IES Vicente Espinel. El Gaona de toda la vida.  Al salir, se nos reconocía claramente a todas las antiguas alumnas. No hacíamos más que suspirar como  becerras. Habíamos caído, de nuevo, en la trampa de la nostalgia. Y digo de nuevo, porque con cada año que cumples, acumulas más recuerdos, y más veces caes, inevitablemente, en ella.
Yo entré en Gaona con catorce años, recién salida del huevo del colegio de monjas, junto a otras compañeras.  Estábamos eufóricas por habernos deshecho de aquel siniestro uniforme, confeccionado en una extraña tela que te arañaba las piernas y que tenía la cualidad de acumular electricidad estática, la cual generaba variados y divertidos efectos especiales. El estampado era de pata de gallo pequeñita en gris y blanco. De lejos, sólo parecía verdoso, y, de cerca, directamente vomitivo. Me hubiera gustado mucho conocer al diseñador, merecedor de la prisión perpetua revisable desde mucho antes de que nuestro actual Código Penal la recogiera. Por lo demás, en el instituto seguíamos estando en un centro femenino, a diferencia de muchas otras compañeras que se habían ido a hacer el bachillerato a centros mixtos y que entonces nos daban muchísima envidia. Pero pronto descubrimos que niños no nos iban a faltar. Los de los Maristas estaban allí a la hora del recreo como un clavo, a decirnos barbaridades, y a que les tirásemos tizas, y algún que otro zapato. Además, venían a sacarnos los estudiantes de Medicina y los de Ciencias el día de sus respectivos patronos, para horror de Rosa Cartes, nuestra profesora de inglés,  una vizcaína de hierro que se encaraba con los brazos en jarras a los asaltantes:
-¡Muy bonito, hombre! ¡Si se van a llevar a las chicas, hagan el favor de sacarlas ya, que este es un edificio muy antiguo y me lo van a echar abajo con tanta carrera! ¡Salvajes! ¡Cafres! ¡Pandilla de hotentotes!
Y se iba para adentro, murmurando sentidamente:
-"¡¡¡Hormonas!!!"
Hormonas en el ambiente, sí que había. Para embotellar. El cuadro de profesores se componía de dos grupos: los jovencitos y progres y los restos de la vieja guardia, que eran unos señores que parecían caerse a pedazos y que sumaban entre todos cuatrocientos cincuenta años. Entre los jovencitos, teníamos un profesor de filosofía que podía tener ocho o nueve años más que nosotras, muy guapetón él, y que unía a sus encantos físicos el de tener una voz maravillosa. Te podía recitar entero el Boletín Oficial del Estado, desde el "I. Disposiciones generales", hasta el "Yo el Rey", que te quedabas traspuesta escuchándole.  Saqué unas notas estupendas: no me perdía una sola clase. Dios escribe derecho con renglones torcidos...
Otra cosa que recuerdo de aquellos tiempos es que me estaba riendo todo el tiempo. Me tronchaba de risa constantemente, pero de caerme al suelo, con el motivo más estúpido, o sin motivo alguno. Sufría ese reblandecimiento mental transitorio que al parecer precede a la madurez biológica del cerebro, y que inspira ideas homicidas al espectador adulto. Una vez entré en la clase de Religión con un pañuelo en la cabeza, estilo doña Rogelia, y fingí un aparatoso desmayo. Me sacaron de la clase entre quince o veinte,  dejando al buen don Eleuterio con las más buenecitas, que nos miraban con franca reprobación. No recuerdo el porqué del detalle del pañuelo. Creo que me pareció que añadía carácter a la escena. A la hora del recreo nos íbamos al bar que había en el patio, donde servían bocadillos de jamón de York transparente. Lo recuerdo muy bien: una vez hicimos la prueba y se leían los apuntes al trasluz estupendamente. Traíamos breado al encargado, pobre hombre  Me acuerdo de mi amiga Anna, que le solía pedir cosas como ésta:
-Ramiro, déme un donut cuando "n" tiende al infinito.
Recibiendo a cambio esta socrática pregunta:
-¿Blanco o de chocolate?
Fueron pasando los cuatro años y llegamos a COU. Ya por entonces empezábamos a echar algo de fundamento, pero tampoco tanto, no creáis. Llegaba algún día que teníamos un examen difícil, y me acuerdo que venía mi amiga Inma y lanzaba un alarido ("¡¡¡AARRRGHHHH!!!") , tras lo cual me endiñaba un guantazo de los que cortan el resuello.
-¿¿¿Tía, qué haces???
-Que no puedo. Que estoy atacada. ¡Te lo juro!
-Pues ven acá "pacá", que ya verás cómo te quito yo los nervios. ¡Toma!
Y le zampaba otra torta, y ella me la devolvía, y estábamos así hasta que llegaba la hora de entrar, y nos sentábamos las dos con los mofletes como hamburguesas, relajadísimas y felices de la vida, ante la atónita mirada del profesor de turno. Aunque no lo creáis, no fueron pocos los exámenes que aprobé gracias a la collejoterapia.....
Al final, como todo tiene su fin en esta vida,  llega el día en que te dan tu título de Bachillerato, te señalan la puerta y te dicen:
-Jopo.
Y te vas a la Facultad. Y te enseñan cosas como Derecho Romano, y otras muchas igual de raras que ni sospechabas que existiesen, y poco a poco te vas centrando, y preocupándote de comportarte, y te vas estropeando de manera irremediable. Por suerte, a veces se te concede otra oportunidad, y en tu madurez recuperas ese lado friki que le da tanto sabor a la vida. Me considero un buen ejemplo de ello, y en aumento. Mis hijos me miran a veces con franca prevención: soy un potencial motivo de vergüenza. Me encanta.
Y ahora voy a poner la receta de este bizcocho que tampoco es muy usual, que está muy rico y que tiene un punto bodeguilla muy curioso. Nos hacen falta:
-200 ml. de vino moscatel.
-200 gramos de harina con levadura.
-3 huevos.
-150 gramos de azúcar.
-50 ml. de aceite de oliva.
-Piel rallada de una naranja.
-150 gramos de pasas (opcional)
Precalentamos el horno a 175-180 grados. Engrasamos y enharinamos un molde redondo.
Si vamos a utilizar las pasas, se ponen en una taza, con el vino, y se mete en el microondas dos minutos a potencia máxima, para que se hidraten. Se cuela y se reserva el vino y las pasas aparte. Se baten los huevos con el azúcar hasta que la mezcla aumente y blanquee. Se añade el moscatel, el aceite y la piel de naranja, y se mezcla. Se va incorporando la harina tamizada poco a poco. Se añaden las pasas, y se mete el molde al horno unos 30-35 minutos, o hasta que al pinchar salga limpio. Se saca y se desmolda sobre una rejilla.
Y ahora la clásica cuestión: ¿el alcohol se evapora?
En teoría lo hace a partir de los 70º grados de cocción. Personalmente, no he notado ningún signo de embriaguez después de consumir el bizcocho, ni he tenido que sacar a nadie de mi familia de debajo de la mesa. Pero si sentís escrúpulos morales, no se lo deis a los menores de edad. A ver si se aficionan antes de la cuenta.

Y, porque os aprecio de veras, me permito hacer una sugerencia:
Procurad portaos, de vez en cuando, un poco peor de lo acostumbrado.
Haced, de vez en cuando, un poco menos de lo que se espera de vosotros, y un poco más de lo que nadie se podría esperar.
Colgad de la percha, por un rato, el traje de adulto, para recordar -de vez en cuando- quiénes sois.
Y, como siempre, feliz semana....



miércoles, 11 de mayo de 2016

EMPANADILLAS MORUNAS. Y olé.

El pasado sábado salieron al Rocio las hermandades de Málaga. Milagrosamente pude acceder al mercado antes de que cortaran las calles de alrededor. Veía a todas esas chicas tan guapas con sus trajes de flamenca, que no puedo negar que la favorecen a una un montón, y tengo otros de mis momentos flashback de abuela Cebolleta con los que tanto me gusta castigaros....
Cuando yo tenía unos veinte o veinte-muypocos años, es decir, más o menos cuando Isabel la Católica llevaba coletas, lo que hacía furor en los locales de copas eran las sevillanas. Sevillanas en todas partes. Sevillanas hasta en la sopa. Sevillanas rocieras, corraleras, marineras y alosneras. Ni Perry Mason te salvaba de las sevillanas. En mi habitación del apartamento del Rincón, que era bastante pequeña, nos apañábamos, mis amigas y yo, para aprender a bailarlas, dándonos por el camino unas cuantas involuntarias collejas en nuestras evoluciones. Empezó enseñándonos mi prima Inma, que daba clases de baile flamenco por aquel entonces, y además se le daba muy bien. También  a las demás. Yo cubrí el expediente, a ver, qué remedio, porque si no, a cualquier sitio que fuera, me quedaba toda la noche "pa el poyetón", mientras mis amigos bailaban. Porque los chicos, también. Mejor o peor, pero las criaturas le ponían muy buena voluntad. Y se agarraban mucho. Pero como sabéis que soy menos flamenca que un Beefeater de la Torre de Londres, pues digamos que yo ejecutaba la cosa con notable falta de entusiasmo. Cualquier japonesa que se precie sabe bailar sevillanas con más salero que yo. Un año dijeron de vestirnos para la feria. A Doña Pepa, que nos lo oyó comentar y que se atrevía con cualquier cosa de costura, le dio por perseguirme todo el día con la misma matraca:
-Nena. Que te voy a hacer yo el traje de flamenca, que vas a estar guapísima con él.
-Que noooooo. Que yo no me visto, mamá.
-¿Y porqué no te vas a vestir tú? ¡Qué lacia eres, hija de mi vida! ¡Con lo que favorece eso! Ven que te tome las medidas, que te voy a sacar hasta el patrón.
-Mamá. Si me haces un vestido de gitana, te juro que me tiro con él al primer charco de barro que pille. ¡Que. No. Me. Quiero. Vestir. De. Flamenca!.
-¡Pues muy bien, hija! ¡Para ti la perra gorda! Tus amigas irán estupendamente y tú de particular, como si fueras una guiri. ¡So pava! ¡Qué poquito has salido a mí! ¡ Pues tú te lo pierdes!
En esas dos últimas afirmaciones en particular, tenía más razón que un santo. Con el paso de los años, que da algo de seso al que trae un mínimo kit de iniciación de serie, he comprendido que tenía motivos sobrados para ofenderse. No sólo porque yo era tan desagradecida y capulla como cualquier hijo promedio, sino porque un traje de flamenca hecho por las manos de mi Pepa hubiera sido una verdadera joya para conservar. Un traje así es dificilísimo de hacer. Al vestido en sí hay que cortarle,  sobreponerle y rizarle los volantes uno por uno, y coserle a cada uno de ellos una especie de remate rígido para que se queden tiesos y hagan bulto, y no parezcas una escarola chuchurría. Y yo dije que no: Dios da pañuelo al que no tiene narices. Mami, perdóname donde estés, por ésa y por tantas otras cosas, y piensa en mi descargo que a los veinte años una todavía no es persona,  no tiene cerrada la fontanela y en general es un poquito tonta. Bueno, pues esa vez no me puse el traje porque no me dio la gana, pero un par de años después, me volvieron a insistir con lo de la feria y ahí ya cedí y mi hermana me prestó el suyo, que era rojo y precioso, ceñido hasta la rodilla y a partir de ese punto, un despiporre de volantes hasta abajo del todo. Pero ella siempre ha sido más delgada que yo, y aunque yo tampoco estaba gorda y la diferencia me permitía ponerme el vestido, me pasé el día entero como si me hubieran metido en la funda de un jamón Joselito. Qué desconsuelo. Eso sí, monísima.  Fuera de algunos detalles menores como no poder respirar, ni  comer, porque me iba a estallar la cremallera, y que tenía que caminar como Lina Morgan, estaba para chillarme.  El vestido tenía en el volante de abajo, por dentro, un bolsillito muy práctico, y ahí llevaba mi dinero, mis llaves y mi tabaco. Y cuando quería fumar tenía que pedirle a alguien que me hiciera el recado y se agachara al bolsillo, porque, como yo me doblase lo más mínimo, la tensión superficial del material hubiese provocado un reventón de consecuencias bastante indecorosas. Era una sensación rara, como ir asomada a un florero. Me reuní con mis amigas, nos fuimos a una caseta a bailar, y allí estaba la Rocío, evolucionando con la misma gracia y tronío de la novia de Frankestein, dando unos pasitos diminutos francamente ridículos. Tacatacatataca, vuelta. Tacatacataca, vuelta.  Eso sí, mucho de mover brazos y mucho de darle patadas a los volantes, que era una cosa que hacía muy vistoso y disimulaba mi muy notable mala pipa.. Porque la verdad es que para mucho más no me daba. Había por allí muchos turistas haciéndonos fotos: So characteristic! Olé you!. Y yo pensaba: si tú supieras, criatura de Minneápolis. Estaban frente a la flamenca más falsa del orbe, que se sentía en esos momentos como un cruce entre un souvenir de los que en ese tiempo todavía se veían en lo alto de las teles y un click de Famobil. Y que, además, a esas alturas estaba con las costillas trituradas, y no me podía comer ni una aceituna, porque se me saltaban las costuras y el traje no era mío. Mira que pasé hambre ese día. Me arrepentí como de todos mis pecados de haber sido débil y haber cedido a las presiones de mis amigas, que estaban todas en sus trajes de talla adecuada, más contentas que unas pascuas y sin signos de cansancio aparentes. Por fin llegó el terrible e ineludible momento en que hube de ir al baño, lo cual en mis circunstancias equivalía a ejecutar una operación militar. Pasados unos diez minutos, durante los cuales sufrí más que Houdini  mientras se retorcía intentando salir de la celda de la Tortura China del Agua, empezaron a aporrearme la puerta sin compasión todas las señoras de un coro rociero, que estaban a la cola:
-¡Niñaaaa! ¿Te has colao por el wáter o quééé´? ¡Que por aquí también tenemos mucha necesidad!
Otra voz decía:
- Esa estará entrompá y se ha quedado dormida.¡¡¡ POMPOMPOMPOMMMM!!! ¡Oyeeee! ¡Vete a pegarte una ducha y despeja el campo, bonitaaaa! ¡Pero tira de la cisterna antes!
Otra, más optimista, aventuraba:
-Mira que si le ha dado un "jamacuco" y nosotros metiéndonos con la pobre muchacha. ¡¡¡POMPOMPOMMM!!! -¿Tú estás bien, hijaaa?
Ya me harté. Me puse derecha, me sequé como pude el copioso río de sudor de mi frente, me puse mi flor derecha, y salí diciendo:
-¡Que no! ¡Que no me he colado por ningún sitio, ni estoy borracha, ni me he dormido, ni me ha dado nada! ¡¡¡QUE NO ME PODIA SUBIR EL "$$%%&&&&&&& VESTIDO!!! ¡¡¡YA ESTA!!!
-Ay, buenoooo, hija, qué genio. Pues para eso, menos comer pan con "pringá", y verás cómo dejas de tener ese problema. Mano de santo.
Brujas. Salí a buscar a mis amigas, que ya me estaban buscando por todas partes, con tanto ímpetu, que tropecé con un bidón de cerveza y me vine al santo suelo todo lo larga que era.  Todas las señoras del coro rociero me tuvieron que levantar a pulso, porque yo sola no podía.. Recibí más consejos dietéticos, dados con muy buena intención, además de muestras de pitorreo feroz que me sentaron muy malamente, y por fin pude irme, jurando como el cuervo de Edgar Allan Poe: Nunca más.
Vuelvo al presente, miro a las chicas de los trajes, y les deseo mentalmente que los disfruten mucho. Yo me vuelvo a mi casa, y preparo una receta que me ha pasado Inma, de la página Thermorecetas.com, que es muy buena para aperitivo. De hecho, batieron el récord de la vida breve. Duraron menos que las efímeras esas que viven en las lagunas: cayeron todas en el lapso de hora y media. Apenas me dio tiempo a probar una y a certificar oficialmente la muerte...
-12 obleas grandes de empanadillas
-30 gramos de aceite de oliva
-6 dátiles sin hueso.
-2 tomates maduros.
-Media cebolla
-500 gramos de pechuga de pollo sin piel
-Sal.
-Una cucharada de canela.
-Una pizca de pimienta.
-Una cucharada de ras- al- hanout. ¿Cómoooo? En los puestos del mercado la venden. Las especies morunas de toda la vida de Dios.
-Media cucharadita de cúrcuma.
-Una cucharadita de cominos.
-Dos cucharadas de miel.
En Thermomix: Se ponen en el vaso los dátiles y se trocean 5 segundos, vel. 5. Se retiran y reservan.
Se ponen en el vaso los tomates y la media cebolla y se tritura 8 segundos, vel.5. Se retira del vaso y se reserva.
Se ponen a continuación el pollo troceado y la sal y las especias y se tritura 5 segundos, velocidad 4. Se bajan los restos de la tapa y las paredes y se agrega el aceite. Programamos cuatro minutos, Varoma, giro a la izquierda, vel. 1.
Aquí yo discrepo. La Thermomix no me gusta para picar carne. Sale un puré bastante asquerosillo, con aspecto de material para pruebas de laboratorio. Yo sigo la regla de oro para cualquier carne para empanada: se pica fina, con un buen cuchillo. La diferencia merece el esfuerzo.
Después se incorporan el resto de ingredientes que teníamos reservados y programamos 10 minutos, Varoma, giro a la izquierda, vel. 1. Se agrega la miel y programamos 2 minutos, Varoma, giro a la izquierda, vel. 1. Retiramos toda la mezcla y la dejamos enfriar. Rellenamos las obleas y las sellamos bien. Se pueden pintar con huevo para que salgan más brillantes y crujientes. Con el horno precalentado a 180º, se hornean 15 minutos a esa misma temperatura o hasta que estén doradas. 
Si no hay Thermomix, se hace primero el sofrito, picando la cebolla, el tomate y los dátiles y pochándolos en el aceite. Se pica el pollo como os he dicho y se añade a la sartén junto con la sal, las especias y la miel, y se deja sofreír todo hasta que pierda el agua y quede bien cocido, unos 15-20 minutos. Se deja enfriar y se rellenan las empanadillas, el resto es igual. También se pueden freir, pero así salen más ligeras. Ese es el problema. Te comes dos o tres y parece que no te has comido nada. Y si te pones mano a mano con alguien, o tú solito si tu saque así lo requiere, pues acabas con ellas antes de lo que canta un gallo.... Es lo que tiene hacer cosas ricas.

Pasad buena semana y  animaos a haceros un aperitivo para vosotros solos. ¿Por qué no? ¿Se os ocurre alguien que lo merezca más?  A mí no.
Hasta la próxima...

miércoles, 4 de mayo de 2016

MAGDALENAS DE ACEITE. Y la terrible maldición de la comida sana.

La proximidad de la temida operación bikini tiene el poder de convencerme cada año, durante un par de meses,  de que hay que empezar a tener buenos hábitos y comer en condiciones. Por salud, naturalmente. Lejos de mí cualquier atisbo de vanidad. (Aunque siempre están colgados en el armario "esos" pantalones....maldita sea su estampa)  El afán por la comida sana ha traído a mi cocina varios experimentos memorables, de los que muchos entraban en el rango comprendido entre "un tanto desafortunado" y "penalmente reprobable", pasando por "miserablemente asqueroso". Una vez, siguiendo las instrucciones de un blog de cocina orgánica muy virtuoso y algo deprimente, cultivé germinados de soja en un brick vacío de leche. Había que meter las semillas en el brick, al que se le abrían unos agujeros y después se llenaba de agua, tras lo cual se colgaba al aire libre de una guita, como un salchichón puesto a orear, y se dejaba que el agua se fuera escurriendo poco a poco. Le tuve que explicar a mi marido que no era una fuente zen, o una pieza de arte conceptual con que decorar nuestro porche delantero, de por sí selvático,  sino una obra maestra del reciclaje que, además, nos iba a permitir cultivar brotes de soja, que tienen tantísimas vitaminas. Con el paso de los días, empezaron a aflorar unos hierbajos larguiruchos de punta, a modo de forraje equino, que tuve el santo valor de poner en la ensalada. Con diferentes grados de sinceridad, desde la tibia y eufemística de mi marido (hombre prudente), a la feroz y despiadada de mis hijos, (aún incivilizados y puros) los miembros de mi familia me hicieron saber que para otra vez no me metiera en nada,  y que casi preferían unos cogollitos con sus anchoas, pues lamentablemente la naturaleza no había dotado a ninguno de ellos con los cuatro estómagos de los rumiantes. No había quien desbrozase aquella selva procelosa que teníamos en los platos. Por alguna curiosa asociación de ideas, no dejaba de acordarme de "Platero y yo". Sobre todo de "Platero". Lamento confesar que he torturado a mi familia con más proyectos fallidos. Como aquel pan de grano entero imposible de tragar, ni aún de cortar, que se  hubiese podido muy bien utilizar como ariete para echar abajo el portón de un castillo, o en su defecto para calzar una mesa tocinera. Tampoco estuvo mal el chorizo vegetariano que elaboré en otra ocasión, a base de seitán casero. El seitán se obtiene del gluten del trigo y es una materia de consistencia muy, muy elástica. De hecho, conseguí producir el primer chorizo de la historia que, al caer al suelo, rebotaba. ¿Os acordáis de esas bolas grandes de goma que valían a dos pesetas? Eso sí,  a chorizo sabía, pero nadie podía masticar y tragar aquello, so pena de sufrir una severa obstrucción intestinal. Mis hijos se divirtieron jugando con él durante días, hasta que lo tiré, algo inquieta porque ni siquiera mostraba signos aparentes de deterioro orgánico. Por estas y otras cosas, en mi casa temen, con toda justicia, la siguiente ola de fervor culinario alternativo. Lo último parecía más inofensivo. Últimamente he vuelto a buscar por Internet las propiedades del kéfir. Parece ser que los resultados de las últimas investigaciones apuntan cada vez más a que los responsables de nuestra salud o enfermedad y estado general son los bichitos que tenemos dentro de la tripa. La prosaica microbiota intestinal. Pues el kéfir es un alimento probiótico que nos puebla de unas bacterias estupendas, dispuestas a pegarse la gran vida en nuestro organismo y a ponernos sanos y guapísimos. No me explico cómo he podido vivir tanto tiempo sin él. Hace varios años me regalaron un cultivo, pero algo debí hacer mal, porque tras varios intentos se volvió primero amarillo y luego francamente verde, tras lo cual tuve que rendirme a la evidencia de que estaba más muerto que el Cid Campeador en el sitio de Valencia. En esta ocasión he preguntado en varias herboristerías, pero últimamente parece que nadie regala los granulitos, así que me fui al lugar donde se encuentra todo, todo y todo: Amazon. Compré el invento, y me trajeron un sobre envasado al vacío con una cucharadita de sustancia blanca de aspecto inocuo. En las instrucciones ponía que era suficiente para obtener un vaso de kéfir diario, y que poco a poco iría creciendo. Perfecto. Haces un vaso, te bebes un vaso. Todo bajo control. Metes las cositas blancas en un vaso de leche, esperas veinticuatro horas, lo cuelas, y repites la operación. A los pocos días, me pareció que el volumen de aquellos granulitos tan simpáticos había aumentado, pero al haber pasado tan poco tiempo, pensé que debía ser un error de apreciación. Pasada una semana, tuve que rendirme a la evidencia: habían aumentado al menos un tercio su volumen,  reproduciéndose como los Gremlim, por partenogénesis. Así que, como había más cultivo, tenía que añadir más leche. Cada vez que hago kéfir, el volumen es mayor y mayor. Han pasado tres semanas y el cultivo ya tiene el aspecto de una esponja grande de baño, y lo tengo que poner en un litro de leche. Tomo cada día. Pero nadie más lo quiere en casa, aunque se lo camuflo a mis hijos en batidos de fruta,  de modo que estoy empezando a acusar los efectos de una alarmante sobreproducción. Sigo añadiendo y añadiendo, y esas cosas blancas surgidas del inframundo siguen flotando en la superficie, creciendo sin parar, mirándome fijamente con su cara de coliflor maligna, persiguiéndome hasta en sueños. Fantaseo con la idea de empezar a tirarlo por el fregadero, pero ¿y si salen de las profundidades del sumidero, dispuestas a devorar a la humanidad desprevenida? Visualizo cómo empieza a colarse por las ventanas de los vecinos, que se ven sepultados por la Cosa, la cual sigue avanzando, poco a poco, por la ciudad, tras dejar muerte y destrucción a su paso..... Sí, he visto muchas películas de serie B, pero es que esto ya está empezando a agobiarme. En serio.  ¿No queréis un poquito? Perdonad, que ahora vuelvo. Me toca colarlo, porque si no se pone muy ácido, y  darle de comer otra vez al tamagotchi. No os vayáis. ¡No me dejéis sola....!
¡¡¡Os juro que ESA COSA me está mirando!!!
Alimentada y apaciguada la bestia para las próximas veinticuatro horas, creo que es mejor que, para comida sana sin daños colaterales, haga estas magdalenas de aceite para el desayuno, sencillitas y con grasas buenas, y que tienen la virtud de permanecer esponjosas mucho tiempo. Es una receta estupenda y muy sencilla de mi cuñada Lucía, que no hace cosa que le salga mala, así que está garantizada. Necesitamos:
-Tres huevos.
-El peso de los huevos, con cáscara, de azúcar.
-El mismo peso de aceite
-El mismo peso de harina con levadura.
-Un pellizco de sal.
-Ralladura de limón.
-Azúcar extra para espolvorear.
 Se precalienta el horno a 180º. Se baten los huevos con el azúcar hasta que blanquee y aumente de volumen. En Thermomix, poner la mariposa, y programar 3 minutos, 37º, vel. 3. Se ponen otros tres minutos sin temperatura. Se añade el aceite , la harina, la sal y la ralladura de limón, y se bate hasta integrar.
Se vierte la mezcla en un molde de magdalenas de 12 cavidades, engrasando y enharinando si no es de silicona. Se espolvorea un pellizco de azúcar sobre cada cavidad, y lo ideal es tenerlo en la nevera unas cuantas horas antes de hornear, porque suben mejor.  Pero yo, que soy impaciente, lo he metido al horno unos 15 minutos,  hasta que están doradas. Se sacan y se desmoldan sobre una rejilla.

Está muy bien comer sano y probar cosas nuevas....pero sin perpetrar crímenes contra la humanidad. Y el kéfir... Me acabo de tomar otro vaso. Pero nunca se acaba. Si desaparezco algún día, ya sabéis que habré sido engullida por esa sustancia de pesadilla. Pensad en mí alguna vez: siempre os quise.
Feliz semana.